lunes, 16 de febrero de 2015

Ruby




Qué pasaría si te encontraras escribiendo la novela sobre la chica de tus sueños, la manera difusa en que sublimas la frustración de no sentar cabeza, la angustia de una libertad solitaria que solo se sabe realizada en la ficción virgen de la hoja, machacando en cada tecla como si fuesen los labios de la chica y como si en cada idea o pasaje de la obra inconclusa ella adquiriese un brillo o tonalidad única, una muñeca totalmente en sintonía con el capricho de la letra, en la tinta su vida resplandeciente como sangre el color de su cabello… el milagro de reencarnar lo real en lo escrito, como pensase Salinger, la belleza de una creación que solo se sabe ahí nacida de una nada completamente nueva página tras página, y latiendo en cada comienzo que nunca termina de empezar, en cada vistazo al manuscrito que no deja simplemente leerse y ya, como si en la página el amor por la chica literaria hubiese por fin trascendido el límite (s)textual, no precisamente el fantasma de una chica real que no pudo ser tuya como hubieses querido, sino que la realidad deseante que cobra vida solo por ti y a pesar de ti, cada vez que cesas su escritura obsesiva. Sin ella vive pero en ella se acostumbra a tus designios. 

Qué pasaría si una chica como la Ruby de la película fuese realmente real y no solo un homenaje a la meta ficción de las almas despechadas y los corazones despedazados, de toda creatividad rota con el divorcio abrupto entre expectativa y realidad. En la forma que el escritor condiciona el pulso para hacer de su chica un vástago de sus deseos, paradójicamente Ruby no se siente leída ni amada, es la creación que desconoce que lo es pero que es bella simplemente en ese milagro inconciente de su origen ¿La chica perfecta? No es la mujer platónica por su distancia metafísica, por su reverencia sagrada pero ascética, ni por su cortesía caballeresca pero despojada de osadía. En ella la perfección depende, aunque brille por sí sola, de su amante y autor demiúrgico, de su arbitrio enamorado y virtual sentimiento de romanticismo. Pienso en Niebla de Unamuno cuando Augusto se ve enfrentado a su escritor el propio Unamuno ficcional, Ruby no es la musa de la meta ficción, la ficción en la película como trinchera, zona cero o purgatorio del propio infortunio sentimental de su autor, sino que la protagonista del sueño que otro desea soñar, es la chica que reclama su propia vida como cualquier otro mortal, arrebatar la escritura de la obra maestra que es ella misma, alegre, triste, absoluta en esa figura pálida y delgada de fuego. 


Algo, un espíritu similar leo en la relación entre Ruby y su novio-creador… En su lugar hubiese preferido dilatar la simulación en que funcionaba su milagro literario y amoroso merced a su máquina de escribir maldita o bendita (en nombre de todos los hombres no arruines la oportunidad de hacer que la chica haga lo que quieras) la ficción estaba de su parte como mercenaria haciendo de la chica Ruby lo que sea que el autor quisiese en la medida de su amor hacia ella o hacia su creación en carne o en tinta ¿Hasta qué punto él puede amarla sin que su prestidigitación literaria sea un agente conspirador, un tercero intruso que inevitablemente interfiere entre ellos haciendo de su amada su cautiva y su cómplice? ¿En qué medida ese amor es real dentro de los límites de la redacción y de la inspiración de su autor agobiado por el exceso de influencia sobre su obra y sobre su amor? Hay algo en ese extraño poder sobre ella que le imposibilita apreciar en ella, su creación y su amada, el rostro auténtico del amor que admite a la ficción como su compañera pero no puede leer sus sentimientos sin antes someterlos a la escritura. La revelación en la película es fría pero necesaria: el autor no aguanta el dilema ético, la dictadura poética a la que Ruby somete por simple capricho y no por una necesidad de reconocer el verdadero amor que ella le inspira como una realidad distinta de su novela, pero que logra vivir y sentir a partir de su sueño literario. Terrible certeza de la chica que se da cuenta de la verdad: Su amado es quien la escribió a partir de su novela, es quien le dio vida, quien la engendró la ficción, ¡su amado es su autor, es su padre! Su existencia es la encarnación de la ficción que sus deseos en el papel acometen por arte de magia, literatura o simplemente pasión. En esa verdad no importa si nuestra musa es real o no, la pregunta filosófica es impotente frente a su existencia sin por qué, la rosa es sin por qué, decía Silesius, y ¿es que acaso Ruby no es esa rosa humana que con su belleza fresca y ruidosa nos interpela como creaciones de algún otro que existen también sin un por qué definitivo? El concepto abstracto del Ser, más antiguo que el fuego, no tiene nada que hacer ante una belleza de tinta incógnita y de cuerpo arrojado que hace florecer al mundo a su alrededor… Pero en esa intemperie la chica está aterrada porque ya no es inocente, porque reconoce que su vida es sencillamente la fantasía de un hombre necesitado de afecto que acariciaría el infierno con tal de otorgarle cuerpo a sus letras rebosantes de ausencia, el significante de ella en sus textos… y ahora que ella está ahí, mezcla de ninfa y de golem, frente a sus ojos, sin otro fundamento que el Amor inmortal y omnipresente como el acto mismo de poiesis, la atormenta con esa verdad de creador que juega a ser Dios por no tener el valor de hacerla suya sin poseerla completamente hasta el punto de la desaparición. 


Ella lo ama y él lo sabe: es la locura del escritor que sabe que la realidad y el destino de su amada se le escurren por los dedos como la sangre que brota de su mecanografía masoquista. Su amada creación ahora yaciendo en su escritorio, exhausta de bailar y de exclamar te amo, le exclama a su ética, surge en él la compasión, el sentimiento recorre el umbral de la ficción como una vena. Entonces escribe como en un capítulo parco de su obra la huida y la libertad de su novia. Ruby, la chica de los sueños, sale de la casa, deja de ser una creación literaria y comienza una nueva vida. El escritor la recuerda mirándose en la página en blanco. Cierra el círculo publicando la obra que siempre debió haber vivido. Sus amigos no se sabe hasta qué punto complices de la existencia de Ruby y del amor de su vida meta ficcional. Solo el autor sabe que ellos se amarán en la medida que nuestra musa sea releída en la novela que le desvirgó la existencia. El escritor acaba su rito, sale al parque y en el eterno retorno se encuentra con su chica para empezar de cero, sin el yugo de la escritura, con la fuerza de la poesía sin palabras. La mirada tierna del olvido. El olvido es inocencia, decía Nietzsche. El amor entre ellos se esfuma junto con esas palabras. Para amar hay que dejar ir. La chica de los sueños está libre, libre de su sexo y de su ficción. La obra le pertenece al mundo.