lunes, 26 de septiembre de 2016

Se escucha en el colegio del frente los gritos desaforados de unas cabras desde una ventana en un segundo piso: ¡Que viva el amor! ¡Que viva el amor!. Gritan, literalmente. De fondo suena el megáfono del inspector, sonando como si se tratase de un eco disciplinar. Aun en tiempos libres resulta difícil huir a esas voces y a esos grupos humanos. Resultan hasta cierto punto irresistibles. Sobre todo cuando esas mismas cabras luego salen del recinto a cualquier lado menos directamente a la casa, a vacilar en la plaza más cercana. El contraste entre el grito espontáneo de las chicas de adentro hacia afuera de la calle versus la voz megalómana del inspector que anuncia el fin del recreo y el reingreso a las aulas. No encontré mejor imagen para representar la influencia de la primavera en nuestro sistema educativo. Un Que viva el amor indisciplinado contra el Se acabó el recreo directivo. La eterna lucha entre el querer y el deber, graficada graciosamente en una pura jornada escolar.