Quizá la única forma en que el hombre se olvida a sí mismo: cuando mira al cielo y ve cómo todo cae, cómo la lluvia arrasa con sus problemas y pensamientos más estancos. Frente a ese fenómeno, su existencia parece una pura anécdota, todos sus asuntos se asemejan a gotas dentro de un océano, siendo el origen y el fin, por ejemplo, en los antiguos que celebraban el crecimiento del jardín, en los militares que, contra todo pronóstico, marchan en honor de la muerte, y en los románticos que lamentan la despedida de un amor irrenunciable.
También la voluntad invita a pasar por el oasis de la ficción para beber un poco de agua, sigue por el desierto de su realidad y, a medida que tiene sed, va encontrando más preguntas en el camino. Por eso, no hay causa para ninguna acción, solo brota como el pasto, el agua cae, sigue un proceso, pero es arrojada sin sobresaltos, como cuando se habla con una chica sobre Heidegger, y dice que ella es una indeterminación sin límites, que crece sin por qué, y que le inquieta el cómo.
Del otro lado del mundo, no deja de llover. Quizá esa lluvia sea otra sin razón, se arrojó simplemente en el momento en que ella buscaba explicarse. Entonces, ese arrojo no promete nada. La lluvia dejará de caer, pero algo en nosotros seguirá lloviendo. Que no deje de fluir, y así me tomo el último vaso de agua, desvanecida desde ayer, y atajo las goteras que caen al piso mientras escribo como nunca.