jueves, 4 de abril de 2019

Recibí de parte de un loco en el terminal La Ligua un papel fotocopiado con un poema. El loco iba repartiendo otros ejemplares alrededor de la manzana. Lo raro fue que solo lo entregó a la rápida sin esperar nada a cambio. El poema era cursi, y versaba sobre un unicornio perdido en el amor. No sé por qué me acordé de Deckard en Blade Runner. Seguí leyendo hasta que abajo salía el nombre del poeta: Ariel Basteri. Bajo ese nombre salía otro, un tal Cristian Mason, encargado de difusión, y decía que el texto era entregado en un aporte a la cultura provincial de Petorca, Quillota, La Ligua, Santiago, Viña, Valparaíso, deseando más abajo un mejor Otoño para todos, y agradeciendo por la cooperación. No sé por qué me acordé, en este punto, de Arturo Rojas. Doblé el papel, extrañado por la insólita referencia, y pensé en buscar al tal Mason y al tal Basteri. No encontré otra cosa que búsquedas apócrifas, hojas secas perdidas en el ciberespacio, palabras echadas al otoño de la significación.
Se me ocurrió explicar los conceptos de hiperonimia e hiponimia en el contexto del manejo de conectores, con un ejemplo práctico. Dibujé en la pizarra tres círculos. Dos de ellos tenían inscrito un concepto. Uno de ellos, varias palabras en su interior. Las palabras de este último se referían a marcas de autos japonesas, entonces los cabros debían ir llenando el círculo con más marcas (Toyota, Kia, Mazda, etc) e indicando el heterónimo que las englobaba. Para los otros dos círculos, se me ocurrió en el primero indicar “bandas musicales”, de modo que dentro de este fueran citando algunas de las que cachaban. Queen, para mi sorpresa (al tiro saltó un payaso del fondo a gritar EO y el resto le seguía la viralizada corriente); también los Guns N Roses; los Beatles; Michael Jackson (el "Ayuwoki" gritaba una chica del medio); Nirvana; AC DC; Metallica; y a la misma lista agregué King Crimson. Volví a preguntar, sorprendido, por otros hipónimos musicales, a ver si alguno salía con trap o reggaetón. Nada. Qué chucha, dije yo entre mí, el alumnado de La Ligua es rockero. Seguí con el último círculo. Para este me había quedado en blanco. Hasta que pensé en una idea de oro: bebidas alcohólicas. Sería el hiperónimo perfecto para completar el ejercicio. Les pedí que nombraran los correspondientes hipónimos. La cuestión fue todo un éxito. Les dije de hecho que me ayudaran ellos mismos a completar, ya que yo desconocía ese campo léxico, y ellos seguramente eran unos peritos en el tema. Cacharon el cinismo y respondieron con un yiaaaaa estruendoso. Entonces fueron llenando el circulito con el mainstream de los alcoholes: chela, vino, ron, pisco, etc. hasta que un cabro de al frente se levantó y me pidió el plumón para llenar el resto de los hipónimos que faltaban. Hipónimos alcohólicos solo para "entendidos": Brandy, Ginebra, Coñac, Amaretto… Uno de sus compañeros, más atrás, se dirigía al cabro y alzaba la voz diciendo: ya se me calentó el hocico, no sigas. El cabro de los hipónimos alcohólicos devolvía el plumón, mirándome a la cara y riéndose a tientas, un tanto rojo de vergüenza, por delatarse a sí mismo, y por ver delatado solapadamente al profesor, ante la mayoría de sus compañeros que, ya sedientos con el ejercicio, compartían la moción. (Por supuesto que el juego de los hiperónimos e hipónimos se repitió para el siguiente grupo de alumnos, y con idéntica acogida. El alcohol como método didáctico para adolescentes. El alcohol como parte soterrada del curriculum).