jueves, 27 de julio de 2023

Revolución Democrática recibió, en su momento, fondos de "Open society Foundations". Ojo: Foundations. Creo que por ahí parte el análisis crítico.
Por más que lo intento, no sé por qué no me entusiasma ChatGPT en términos de escritura. Créanme: le di la oportunidad, al colocar una serie de prompts para generar algunos visos de poemas y de relatos, pero nada me agarró. Nada de lo allí generado me convenció, al punto de pasar por completo de la IA. Y no se trata de una pose, de un ánimo de figurar a la contra. Es que simplemente la cuestión no me mueve. Continuó escribiendo a pulso, como lo vengo haciendo desde siempre, y prescindo de su automático servicio, de manera olímpica.
“A menudo se entiende por literatura la novela. Pero si uno revisa la historia de la literatura, hay de todo. ¿O no son escritores Voltaire, Rousseau o Montesquieu? Hoy en día serían científicos, humanistas, filósofos. Hemos inventado títulos terribles, pero son escritores que han escrito ficciones, aunque no siempre. Hay una frase del novelista Julien Gracq que se refiere a este problema a propósito de la filosofía. Dice que es evidente que Kant no es un escritor, pero que Nietzsche es un escritor. Los filósofos se han preguntado cuál es la relación entre la filosofía –que se ocupa de la verdad– y el estilo. No es posible oponer un tipo de verdad objetiva que no necesitaría una expresión particular de escritura para la comunicación. No me gusta la palabra comunicación, porque indica una relación sin estilo. No se comunica nada si no hay consistencia; tiene que haber una captación de intereses tal como en la retórica. Se dice que el primer oficio del orador es la captación de la benevolencia; es, sin dudas, un hecho de lengua. Pero hoy tenemos una idea demasiado pobre de la escritura literaria. La literatura es más que la ficción.” Marc Augé

Augé en el no lugar (del más allá)

Días de luto. Nos aqueja otra pérdida irreparable: Marc Augé. La primera vez que leí de Marc Augé fue en un Seminario de Especialidad en la U, sobre el espacio urbano en la ficción. Se trataba de interpretar los elementos de carácter histórico, político e ideológico que articulaban los vínculos entre el sujeto y la urbe, a raíz de la lectura crítica de algunas novelas latinoamericanas. De partida, una de las herramientas de análisis era el concepto de “no lugar” de Augé, planteado en su libro “Los no lugares. Espacios de anonimato. Una antropología de la sobremodernidad”. Francamente, nunca comprendí de manera cabal el significado de los “no lugares”. Pese a entender que Augé hablaba de aquellas zonas de paso y de tránsito que no albergaban un arraigo ni pertenencia, lo seguía asociando a algo más etéreo, más abstracto. A un vacío. A un abismo. Tal vez la confusión radique en la negación, pero no por eso el “no lugar” deja de ser un concepto propositivo, en el sentido de plantear un “espacio otro”, ese adjetivo tan común en la jerga posmoderna de los estudios culturales: lo otro, la otredad, en ubicuidad con el mundo, un mundo frenético, que desplaza todo a su paso, que hace de ese desplazamiento un sitio sin definición.

Durante una clase del seminario, recuerdo que un compañero preguntó si acaso un mundo virtual de RPG podía ser considerado un “no lugar”. El profesor del seminario respondió que, en estricto rigor, no correspondía a la estricta acepción dada por Augé. Sin embargo, podía ser clasificado como un sitio carente de un referente material, una mera simulación desprovista del profundo sentido público, ciudadano, a partir del cual Augé buscaba definir lo opuesto: el lugar, propiamente dicho, el lugar como punto de encuentro de la vida pública y, por extensión, la política. Otro compañero, en aquella clase, hizo una pregunta un poco más incisiva. Preguntó si acaso el Mercado Cardonal podía ser considerado un lugar y el Jumbo un no lugar, y a qué se debía esa diferencia. Lo curioso es que el compañero se refirió a ellos, precisamente porque el Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje todavía impartía clases en la sede Gimpert, justo entre la feria y el supermercado. De hecho, el profesor rio e hizo referencia a esa casualidad espacial. “Qué curioso. En una de esas planeamos una salida al Mercado y lo discutimos”, dijo el profe en aquella ocasión. Risas de la clase.

El profesor se remitió de nuevo a la acepción dada por Augé y precisó que se refería a los “no lugares” producidos por la modernidad contemporánea, a ciertos enclaves mercantiles, comerciales o de tránsito que no tienen otro ser que su propia cualidad utilitaria. De esa forma, el Jumbo podría ser considerado un “no lugar”. En cambio, el Cardonal, al tener ese sello patrimonial, esa cuestión autóctona del puerto, y al considerarse un centro de reunión típico y de emprendimiento local, tenía todas las características dignas de un lugar, según la visión de Augé en su libro. “Aunque se podría discutir hasta qué punto el Jumbo puede devenir un lugar, pese a su origen y a su arquitectura”, precisó esa vez el profesor, e hizo de inmediato una alusión al punto de vista antropológico. Citó un libro llamado La Caverna de José Saramago. Trataba sobre la noticia de una señora que pidió que, al morir, arrojaran sus cenizas a un centro comercial. Al leer sobre esa noticia, me acordé del Mall Costanera Center, en donde se suicidaron un gran número de personas, arrojándose al vacío. Lo más crudo de todo era que tapaban la zona del impacto, incluso junto al cadáver, de manera que toda la gente alrededor continuara en su merodeo indolente, en su vitrineo impertérrito a través de ese inmenso no lugar de la muerte.

¿Cómo era posible entonces que ese no lugar se volviese lugar a través de la enajenación de sus transeúntes? El profesor le respondió a otro compañero que no había una única respuesta. Todo dependía de la lectura del espacio asociado al sitio, cosa, de por sí, muy difícil en estructuras pensadas con un propósito fugaz y artificial, carente de una identidad profunda. “El significado, sin embargo, se lo podían dar las propias personas que transitan por ahí, en sus propios encuentros íntimos, ya que el pasar y el habitar son, ante todo, acciones espaciales y por ende, acciones simbólicas”, concluyó aquella vez el profesor, al cerrar la clase, con una convicción única. Sus propias palabras sobre Augé habían cobrado una expresión más concreta. “El pasar y el habitar son, ante todo, acciones simbólicas”. En efecto, pasar por un lugar implica configurar una ruta posible, armar un relato. Habitar el propio lugar, en cierta medida, significa hacerlo propio, preñarlo de espacio, sujetarlo a uno mismo.

Augé ya no está con nosotros. El único lugar que existe ahora es su memoria en aquellas páginas. Puede que la muerte sea, para los mortales, el no lugar por excelencia, la extinción del espacio de la vida, su tránsito al más allá, o puede que sea la muerte el lugar de los lugares y esta vida el lugar de paso. No lo sabremos hasta haber transitado por allí.