lunes, 28 de diciembre de 2015


Me envían por inbox el resultado Psu de un alumno particular de Ramaditas. Casi 700 en lenguaje. Esa sensación de victoria pírrica del profesor, viviendo del orgullo ajeno para alimentar el propio. El puntaje del otro es su sueldo. Ayuda a sortear alternativas en una hoja y a eso le llama construir el futuro. Sabe qué otro más logró algo en parte gracias a su grano de arena. Parece el premio invisible pero a la vez una cierta clase de consuelo, una palmadita en el hombro que el destino le ofrece a cambio de una pequeña satisfacción moral, para después volver regocijado y teledirigido a la incertidumbre del contrato.

Ley de Murphy

Leo el estado de una amiga. Dice que la ley de murphy se cumple cada vez que piensa en alguien que le gusta o en la espera de algo en particular. Generalmente se cree que cuando algo sale mal hay una serie de factores desencadenantes que provocan que además otras cosas salgan mal, como una especie de efecto dominó, más por contiguidad que por una necesaria relación entre aquellas cosas malas, que haga pensar que exista un karma que las produjo o una fuerza de orden desconocido en sintonía con lo que hemos hecho o dejamos de hacer. Investigo un comentario a las leyes de Murphy. Un tal O Toole decía que en el fondo Murphy era un optimista porque, según su lógica, si todo puede ir de mal en peor, si siempre se padece una especie de propensión al error o a la desventura, entonces paradójicamente siempre se está dentro del juego, y siempre se puede seguir probando indefinidamente que esa situación cambie, aunque suene absurda esa realización, como la frase de Beckett. Murphy era ingeniero aeroespacial. Formuló sus leyes una vez que descubrió que todos los electrodos de un arnés estaban mal conectados. De un caso particular planteó una hipótesis universal. Llevó una evidencia científica, fundada en el error, a un plano incluso existencial. El error como fundamento filosófico. Es lo fascinante de los científicos más contemporáneos, como Heisenberg: su inclinación por los elementos discordantes de la naturaleza, la negatividad en el caso de Murphy, la indeterminación en Heisenberg. Son, sin quererlo, bufones del caos. Mediante medios científicos llegan a conclusiones similares a las de los existencialistas más radicales. Sin embargo, es falso creer que en las leyes de Murphy hay pura tragedia. Sus leyes obedecen más a los parámetros de una comedia demasiado humana. Al abrazar en cada aspecto de la vida cotidiana el lado más negativo, la propensión a equivocarse, es inevitable pensar en una función satírica al estilo del humor inglés. El error llevado al paroxismo provoca risa por saturación. En el fondo celebra, más allá de si te afecta o no te afecta, el devenir caótico la vida. El optimismo, la creencia de que todo saldrá inevitablemente bien es, por el contrario, una premisa demasiado inverosímil. El caos, la naturaleza del caos, en realidad, no admite concesiones. Por eso cuando veas pasar de largo a ese alguien que te gusta, sin el mínimo de asomo o de interés alguno, esperes esa micro que ya has perdido sin posibilidad de retorno, o desees publicar un proyecto que a todas luces no tiene buen futuro, y pienses que todo se trata de una conspiración en tu contra, para mantenerte en el anonimato y la ignominia, reserva tu mejor sonrisa y piensa que aquello que vives puede ser incluso muchísimo peor de lo que crees, que así tienes un lugar especialmente reservado en el espectáculo circense del caos.