viernes, 16 de diciembre de 2016

En busca de Conversaciones con Sergio Meier.

Fui hoy a la Librería Qué Leo de Viña, decidido a comprar el libro Conversaciones con Sergio Meier de Carlos Lloró. La última vez que fui (esto es, hace dos semanas) lo hice por sugerencia de un amigo, Leandro Oliva. Me indicó la dirección exacta de la Librería. Lo único sometido a incertidumbre era el horario de atención. Me dijo expresamente que aperrara no más. Que fuera sin saberlo. Con la fe de encontrar el libro de Lloró, así fuese por una sincronicidad cósmica. Cuando llegué aquella vez a la Librería, el vendedor del local me dijo que habían cinco ejemplares a precio oferta, cinco lucas, y que debían estar en alguna parte de los anaqueles, puesto que sí figuraban en el sistema. Lo extraño de todo era que en casi veinte minutos de búsqueda no se pudo dar con ningún ejemplar. En resumidas cuentas, el libro de Lloró existía, estaba en alguna parte, pero, paradójicamente, no en ese preciso instante y en ese preciso lugar. El vendedor trataba de salvaguardar el embrollo, diciéndome que me avisaría en cuanto lo encontrara y tuviese a mano. "Un libro no puede desaparecer tan fácilmente", repetía a modo de consuelo o de firme aseveración. Me pide su número. En casa y sin demasiada expectativa espero el llamado de rigor. La esperanza de la aparición del libro. Nada. De esa forma pasaron los días y el rumor sobre la compra del libro de Lloró se hacía más tenue. Su existencia en aquel momento escapaba sencillamente a nuestra inquietud, nuestra deliberada ansiedad. Durante el lapso posterior a aquella compra fallida, inexistente, hasta ahora, la figura de Meier persistía en el imaginario a raíz de su Color de la amatista y su Segunda enciclopedia de Tlon. Sus conversaciones permanecían, de ese modo, en otro plano. Más íntimo, si se quiere, pero a la vez metafísico. O simplemente ausentes, distantes a nuestra voluntad obsesiva, libresca. Abro entonces el libro de Lloró recién comprado. Esta anécdota -me dije a mi mismo- forma parte también del valor agregado. De la espesura temporal del libro. Le hice saber al propio vendedor que hace dos semanas vine a comprar este libro sin éxito. Lo recordaba. Lo único que no recordó fue el detalle del llamado. No hacía falta tampoco traerle a la memoria semejante desatino. El hecho es que el libro apareció sin demasiada expectativa. Como venido desde otro plano, propiciando por su cuenta un juego, poniendo en jaque eso que llaman realidad, ataviada en eso que llaman conciencia, conciencia de algo. Nuestra acción, o nuestra inercia. Su compra debía ser así, azarosa, sin otro destino que su total asincronía. Que su ironía universal. En la contratapa, a modo de cierre, o de apertura, se deja leer, con completa serenidad, la palabra "fuga", fuga de los límites de la materia, nuestra materia.