domingo, 29 de noviembre de 2020

La fotocopia de La segunda enciclopedia de Tlon

Guardaba hace rato una versión fotocopiada de La segunda enciclopedia de Tlon de Sergio Meier. Luego de conseguir la original por parte de mi editor el año pasado, me rondó la idea de deshacerme de aquella vieja versión de tiempos de la universidad para ganar espacio en mi pequeña biblioteca. No quería tirarla a la basura, porque mal que mal era un impecable libro de ciencia ficción. El solo hecho de deshacerme de la fotocopia del libro implicaba desechar el único ejemplar gracias al cual accedí a esta novela de Meier. Tenía cierto valor sentimental alimentado por el apego y la obsesión. Además, el hecho de imaginar que terminara junto a los desechos resultaría en un final demasiado indigno. Es increíble cómo la soledad crónica va dotando de mayor valor a los objetos que se creían descartados o apartados en algún lugar recóndito de tu metro cuadrado. Para no botar aquella versión fotocopiada de La segunda enciclopedia de Tlon pensé entonces en otras posibilidades más provechosas: venderla o simplemente regarla. La primera se hacía, a todas luces, improbable, por la sencilla razón de que resultaba complicado vender una fotocopia tan antigua, pese a que estuviese en perfectas condiciones y fuese parte de la obra de un connotado escritor de Quillota. De ese modo, corté por lo sano y, dado que no tenía ningún interés real en sacarle plata a esta reliquia, opté por regalarla. Pero la pregunta que surgía inmediatamente era a quién, a quién regalársela. Salí un momento de la casa para poder pensar con la mente más despejada sobre el destino de la fotocopia del libro de Meier. Tenía que tener un destino simbólico, un destino idóneo, más imaginativo, no uno marcado puramente por la miseria. La fotocopia debía pasar a mejores manos. Manos que no la reemplazaran por su original. Fue así que me apresuré hacia la calle, miré un instante hacia los tachos de basura en la esquina, pero, en cuanto observé a un par de chicas venir en sentido contrario, supe que esa era la señal. Me acerqué a ellas, con la fotocopia del libro en la zurda, confiado en que esta terminaría en manos de alguna de las dos. Una de las amigas iba caminando más atrás, por lo tanto, me dirigí a la primera. La saludé, y ella se vio un tanto sorprendida, aunque receptiva. La de atrás aguardaba paciente este encuentro extraño. Le dije a la de adelante que no quería botar la fotocopia de un libro muy valioso, y que a ella la veía con cara de leer mucho, entonces sentía que tenía que regalarle la fotocopia. Al explicarle de qué se trataba, ella me preguntó de vuelta si tenía manga. Le dije que me gustaba el manga, aunque únicamente poseía uno, un comic sobre Así habló Zaratustra de Nietzsche. Asintió admirada, y completamente descolocada por este gesto gratuito. Al minuto después se fue, agradeciendo y prometiendo leer el libro fotocopiado de Meier. Las amigas a lo lejos se miraban mutuamente, seguramente comentando tan bizarro regalo. “La buena acción del día”. Volví a la casa con perplejidad y también con cierta satisfacción de saber que la vieja fotocopia de La segunda enciclopedia de Tlon podría tener probablemente un mucho mejor destino que conmigo carcomiéndose por el polvo. Aunque nada garantizaba que la chica efectivamente la conservase y la leyese, mucho menos que realmente le gustase la lectura o, en el peor de los casos, que la regalase a otra persona, o inclusive, la desechase. De todas formas, podía descansar tranquilo, porque había roto la pretendida lógica de lo predecible, había hecho una huea rara, fuera de lo común, había creado otro escenario, un plano de realidad nuevo y desinteresado dentro de la Matrix. Son esta clase de cosas, por absurdas e inútiles que parezcan, las que en verdad reconfortan el sentido de la existencia. Por esta clase de cosas es por las que vale la pena seguir pisando este loco mundo. Por el simple hecho de saber circulando bajo la hermosa incertidumbre de las probabilidades, lejos de mi propiedad, aquella vieja fotocopia del libro de Meier. Citando la frase de Borges, citada a su vez al comienzo de la novela: “Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no erran, de aquí a cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlon. Entonces desaparecerá del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlon”.