jueves, 29 de diciembre de 2016

Tener o no talento resulta irrelevante a estas alturas de la vida. En determinado campo de juego y de acción lo que cuenta es tener obsesiones, y perseverar en ellas hasta un grado patológico.
La muerte inexorable obra de formas misteriosas. Para todos tiene su tiempo y su espacio. Su nicho fúnebre. Su réquiem. Este año decidió llevarse a ídolos de la música y del cine. Acaso sin lógica ni explicación, sino que por un puro capricho de eso que llaman destino. Lo que duele sin duda no es la muerte misma, sino que la ausencia de nuestros ídolos, su partida definitiva, su inevitable desaparición. El saber que habitarán solamente en la memoria como una sombra de nosotros mismos. Una sombra más o menos presente. Así no solo recordamos a nuestros muertos por admiración, también recordamos lo que alguna vez fue nuestra propia vida. El reflejo de nuestra propia caducidad.