viernes, 12 de febrero de 2016

Ondas gravitacionales




Se ha hecho pública la detección de ondas gravitacionales. Lo que Einstein había predicho con lápiz y papel hoy ciertos científicos lograron detectarlo mediante un complejo sistema observatorio llamado LIGO (Interferometría Laser de Ondas Gravitacionales). Se dice que gracias a este hallazgo se podría saber qué estaría pasando más allá, a distancias de años luz, solo pudiendo reconstruir qué sucedió en el punto origen de aquellas ondas, si acaso fue por una estrella o por un agujero negro que produjo una curvatura en el espacio tiempo. También la detección de estas ondas ayudaría a saber si la célebre Teoría de la Relatividad se mantiene aún vigente más allá del cosmos conocido. Ellos, los científicos, hacen hincapié en que se trata de eventos que están a distancias inconcebibles para la capacidad humana, y que las ondas vendrían siendo una réplica, una señal que sobrevive tímidamente y nos llega de rebote prácticamente por un accidente del universo. Este hallazgo puede significar además otra cosa: que los avances en la ciencia no hacen sino volver a cambiar el lugar del hombre en el mundo. Si antes de Copérnico la Tierra era el centro de todo, pero un centro dominado por Dios, después el Sol pasó a ser el centro, de manera que el hombre ya no era lo más importante, sino que, digamos, solo un punto extraviado en el pizarrón cósmico, un vagabundo en búsqueda de respuestas.

Existe una tendencia de la ciencia en dividir a su comunidad en dos grandes tipos: los optimistas, los que creen que cada avance redundará en mayores beneficios y conocimientos para la humanidad, y los escépticos, aquellos que piensan que el universo en general es algo demasiado inconmensurable como para pretender su comprensión, y que la historia del hombre no es sino una ínfima parte, un fenómeno tan aislado que en general no significaría nada frente a la indiferencia milenaria del espacio. El cálculo racional, la intuición matemática del científico siempre se encuentran con la piedra de tope del sentido. O la onda gravitacional equivale a la existencia de un mensaje en una botella flotando a través del universo, o significa que solo podemos concebir el eco de eventos de los cuales no podremos ser ni siquiera espectadores. Kubrick, no siendo científico, pero sí un gran cineasta, entendió esas dos visiones en una entrevista, y trato de conciliar la luz de la razón con la oscuridad de todo ese asunto cósmico. Pero a pesar de su aporte, se entra de nuevo en el dilema: ¿Hay cuestiones que al hombre, mejor dicho, al científico le está permitido saber y otras que no? ¿Cuál sería el límite, la verguenza de saber que estamos solos o simplemente alguna vaga esperanza de todavía ir más allá, tratando de saciar el hambre invencible por lo desconocido? Keats en sus versos decía que: "La filosofía recorta las alas del ángel, conquista los misterios con reglas y líneas, despoja de embrujo el aire, desteje el arcoiris". Está demás decir que hoy la ciencia ocuparía el lugar de la filosofía en esa travesía por desentrañar el velo de todas las cosas. El poeta sentía que había un sentido de violación en ese hambre voraz de conocimiento. Que posiblemente sería mejor que todo fuese simplemente contemplado e imaginado, que todo fuese un misterio estético, y no un infinito enigma a desentrañar. Ese es el clásico conflicto entre la belleza y la verdad, pero que hoy se vuelve a concluir mediante números y fórmulas. Lo sublime que de acuerdo a Schopenhauer amenaza la existencia simplemente por querer traspasar cualquier límite.

Cierto grupo de hombres genera también sus propias ondas gravitacionales, que al resto de la población solo pueden llegar de manera intermitente, débil, tal cual una piedra que se arroja en medio del agua y que en sus orillas solo se alcanza a percibir una vibración. Para los científicos pareciera que todo se trata de agarrar una piedra que se hunde cada vez más en el abismo. Para el resto de los mortales, incapacitados de ese privilegio, o simplemente desinteresados, cada teoría o cada hallazgo que circula puede ser leída como simple literatura o como una excusa perfecta para seguir con sus planes en este salvaje rincón del planeta. Sin embargo, cada cual, en definitiva, busca a su modo sus propias ondas gravitacionales. La escritura, por ejemplo, puede ser esa desesperada búsqueda de un centro o más bien el simple capricho de seguir naufragando en la superficie. Incluso el amor mismo puede ser, en última instancia, otro hallazgo del que no siempre se tiene noticia, otra onda sin un centro conocido que nos llega de rebote y a partir de la cual armamos una historia de culebrón que de sentido a toda esta locura.