martes, 25 de noviembre de 2025

Encuentro con Gonzalo Frías y Blade Runner en Valparaíso: un universo alterno

La última vez que vi una película en el Centro de Extensión Duoc Uc fue hace casi doce años, y era una película sobre la vida de Tarkovski, el mismo que hablaba sobre esculpir el tiempo, y que veía en la poesía no un género literario, sino que una manera de comprender el mundo. Tenía la oportunidad de volver a ese gran salón de cine para invocar una experiencia perdida, ahora con motivo de la proyección de un clásico de clásicos: Blade Runner, junto a una charla con el único, el grande, nuestro, Gonzalo Frías, el Pelao Pi. El visionado del filme fue tan magnético que me sentí dentro de él, sobre todo al inicio, cuando un ojo, una suerte de ojo orwelliano se dejaba entrever en medio de esa ciudad cyberpunk, oscura y llameante, similar a la generadora de gas en Concón vista de noche.

La fecha descrita al inicio era Los Ángeles en noviembre del 2019. La era Blade Runner coincidió con la época plena del estallido social, y recuerdo que durante ese mes fueron mis últimos viajes al interior por motivo de trabajo. El trayecto era escabroso y muchas veces los buses debían tomar otras vías alternativas para volver de manera segura, evitando barricadas o disturbios. La cosa es que aquel ojo me evocó esas memorias, y la fecha siguió resonando hasta mucho después, porque era increíble que ya hubiéramos trascendido el tiempo de la película y todavía estábamos aquí, apostando otra mirada a un futuro igual de distópico como el que se podría avecinar.

De pronto, Roy Batty ya había dicho su legendario monólogo y ya era hora de morir. Me emocioné y hasta solté sus lagrimitas. Siempre se muere un poco tras esa escena. Había otra cercana al final que no recordaba muy bien, y era la de Deckard yendo a buscar a la replicante Rachael para escapar juntos. Justo antes de salir por el ascensor, a Deckard se le cae un unicornio de origami, unicornio que también había visto en sueños. Ese detalle sería decisivo para plantear la idea de que Deckard era, en verdad, replicante, cosa que queda a discusión de cada cinépata. Había otra versión que no recordaba haber visto, una más efectista con final feliz, pero este final, con ese escape incierto y con ese sentido ambiguo le dio al visionado una cuestión de inevitabilidad trágica, de apertura a la incertidumbre, muy a tono con la atmósfera decadente y el clima emocional que rodea el universo de la película.

Y así comenzó a sonar el tema principal de Vangelis. No hubo aplausos tras los créditos, solo un silencio contemplativo, totalmente inmersivo. Las luces volvieron y, por el costado derecho del lugar, bajó Gonzalo Frías, quien cobraba forma a medida que cedía la penumbra. Ahí estaba, micrófono en mano, detrás de la penúltima fila de asientos, hablando de manera improvisada, muy al estilo Séptimo Vicio, sin grandes guiones ni demasiada planificación, solo la urgencia y la pasión del momento, la necesidad de transmitir lo que se acababa de ver, sobre todo, la sensación y la experiencia de haber visto quizá por primera vez o por enésima vez el clásico de Ridley Scott, para luego darle una vuelta cinéfila, una lectura conversada a viva voz y puro pulso. Era lo más cercano a retroceder en el tiempo, tal vez hasta el periodo en que Via X dominaba la programación independiente del cable chileno, y el Séptimo Vicio era precisamente el programa de culto, el de la “parada rock”, por su filosofía de “hacerlo por ti mismo”, por su mirada personalísima y su estilo anti comercial, siempre apostando por lo genuino y lo orgánico, en una época en la que aún lo análogo importaba y marcaba una tendencia alternativa, en todos los frentes. Eso mismo se vio reflejado, esa misma parada, esa misma actitud, cuando Gonzalo Frías, el querido Pelao, se dirigió al público con la disyuntiva shakesperiana sobre ser o no ser replicante. Risas inmediatas.

Al rato, Frías comenzó a soltar algunas rarezas de las cuales no tenía idea. Contaba que el hermano de Ridley Scott, Frank, murió en 1980 de un cáncer a la piel. Blade Runner habría sido hecha dedicada en su nombre, y curioso que en la película los replicantes busquen desesperadamente la manera de vencer a la muerte y no lo logren. ¿Será que el hermano de Ridley habita en esa idea constante de la inmortalidad? Además, Ridley iba a ser originalmente el primer director de la malograda adaptación de Duna de Frank Herbert, la que luego hizo David Lynch, dando lugar a una bizarra ópera espacial con muy mala fama, aunque con carácter de culto. Frías se refirió también al título, que podría traducirse como “el que corre al filo de la hoja”. En la novela de Philip Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, nunca se hace mención al título de la película. ¿Entonces de dónde salió? Según Frías, Ridley lo habría tomado de otra novela de ciencia ficción del año 1974, llamada “The Blade Runner” y escrita por Alan E Nourse. Allí sí existen los “blade runners” y se trata de contrabandistas médicos y no de un cuerpo de policía especializado en cazar replicantes humanoides. El Pelao Pi agregó que, de esa forma, la propia Blade Runner sería una especie de “película replicante” o de “Frankenstein”, hecha de partes prestadas de otros mundos para transmutar el suyo propio, que no es el estricto imaginario de Dick ni el de Nourse, sino que otro universo, el universo en el que los blade runners, los humanos y los replicantes conspiran entre sí, incluso más allá del tiempo conocido.

Al terminar su charla, Frías dio espacio para una ronda de preguntas del público. La que más recuerdo era la de una mujer al frente, casi en primera fila, y tenía que ver con el diseño de la arquitectura. Quedó fascinada con la pirámide del principio. Un compadre también se refirió al diseño de unas columnas que evocaban el estilo clásico, en contraste con las instalaciones urbanas, oscuras y maltrechas, llenas de luces de neón y pantallas, peligrosamente similares a ciertas metrópolis de nuestro mundo pospandémico. ¿Podría ser que la pirámide hable de una jerarquía anterior incluso a la historia, un poder arquetípico? Algo así preguntó Frías, dejando abierta la interrogante. Nadie supo qué decir. Pero el silencio otorgaba lo que en gran parte ya habíamos intuido: que todo en ese universo estaba pensado de tal forma que cobrara vida propia, pese a ser apócrifo o mecánico. En ese sentido, Blade Runner era adelantadísima, y nos dejó a todos, nuevamente, tras su visionado, corriendo al filo de una conciencia afilada. ¿Cuánto de blade runners había en nosotros? ¿Cuánto había de replicantes? Pregunta que cada cual tendrá que responderse frente al espejo, poniendo especial cuidado en la dilatación de su pupila.

Con eso, acababa la intervención de Gonzalo Frías, en el cine del Duoc Uc, antigua Ratonera. Lo había visto antes en un par de ocasiones, para el lanzamiento de su libro Tracking 2 en la Feria del libro de Viña del año 2017, y para su otro libro Abuelo Zombi presentado en el Insomnia de Valpo el año 2020. Ninguna de esas veces tuve el ánimo de hablarle en persona. Esta era la oportunidad. “¿Eres realmente tú, o eres replicante?”. Lo saludé con un gran apretón de manos y le expresé mi admiración, que lo había visto desde adolescente en el Séptimo Vicio, con sus videos de Tool, sus cortos, sus documentales y su entrevista a Mike Patton, que seguía su programa desde siempre y todo el rollo. Luego, le hice una pregunta rápida, respecto de aquel “final feliz” de Blade Runner en su versión alternativa. ¿Será que el bosque al que se dirigen Deckard y Rachael era similar al que aparece al comienzo de la película El resplandor de Kubrick? Frías quedó “para adentro”. Y tenía sentido, porque él mismo había señalado que esas tomas aéreas Ridley se las había encargado a Kubrick antes que la película viera la luz. “¿Algo así como un mismo universo? Una locura” comentó Frías, entusiasta con la idea. “¿Y sigue Séptimo Vicio?”, le pregunté, iluso. “Hace ya un par de años que no sigue”, respondió él, convencido, sabiendo que aquel programa quedaría en la retina de muchos. Y era mejor que quedara en esa retina televisiva, antes que en la idiocia de la era viral. Enseguida, Gonzalo se corrió hacia un lado para atender al resto de seguidores, que esperaban poder sacarse con él la foto de rigor. Yo también alcancé. Quisiera no haber aparecido en otro registro, pero lo importante era la experiencia impagable de tener allí al Pelao comentando en vivo una de mis películas de cabecera.

A la salida, se había hecho la noche. El trayecto de Blanco a Plaza Victoria se me hizo inmenso, tanto así que tuve que apurar el paso. Unas cuantas personas esperando regresar a casa, otras tantas deambulando por las calles, sin prisa. De pronto, los sentí ajenos, los sentí extraños. En Blade Runner, la noche era perpetua. También lo era en Valparaíso.