miércoles, 21 de abril de 2021

La Red vs FF.AA ¿Libertad de expresión?

A la polémica de la parodia del militar emitida por La Red, se sumó el ministro de Defensa, quien declaró que “no es aceptable recurrir a la parodia política para enlodar instituciones y personas que prestan un servicio imprescindible a nuestra patria y a todos sus ciudadanos”. Aquí surge una pregunta: ¿la parodia política tiene un límite? ¿La parodia en sí misma precisa de alguno? Yo diría que no. La parodia no debería dejar títere con cabeza. El auténtico humor no reconoce ídolos. Puede cuestionar por igual a particulares, instituciones, religiones, culturas y a figuras políticas de un lado y de otro. Es tan legítimo parodiar a Piñera como a Bachelet, a Allende como a Pinochet. Sobre todo es válido criticar a los políticos y no veo por qué los soldados de la Fuerza Armada sean una excepción a la regla. Lo que se está diciendo aquí es: para el resto, parodia; para nosotros, respeto. Y menos aun cuando existen casos comprobados de espionaje a civiles por denuncias de corrupción. Entonces los militares denunciaron el programa Políticamente incorrecto (nombre, por lo demás, predecible), y yo creo legítimo que como institución se puedan ofender y puedan criticar a quienes los critiquen, pero buscar una censura a toda costa, de modo impositivo, eso es negar el ejercicio democrático de la libertad de expresión, y por eso mismo han recibido críticas incluso desde la Human Rights Watch, organismo que cuestionó esta denuncia, señalando que el concepto de la libertad de expresión, a nivel internacional, permite la parodia en todos sus formas y especialmente para figuras públicas o funcionarios públicos, ya que tienen un nivel de poder más alto y, sobre todo, monopolios de poder otorgados por el Estado.

En lo particular, me desagrada la centralización del poder, pero parte de su argumento radica en que después los civiles pueden criticarlos, para así tener un mayor nivel de tolerancia, justificando luego su hegemonía. Esto se suma, por supuesto, a la denuncia contra Piñera ante la Comisión Internacional de Derechos Humanos por limitar la libertad de prensa, la cual se debió a su intervencionismo en diferentes medios de comunicación, haciendo presión para que cambiaran las editoriales que no se ajustaran a los lineamientos de la presidencia. Cabe insistir en este punto: más allá de si uno está de acuerdo o no con lo que profese tal o cual medio, es parte de su derecho exigir que el Estado no los censure en ese ámbito. Si tú tienes un medio que es privado, tú pones las reglas que quieras porque es tuyo, y también vas a entregar un determinado tipo de mensaje, un determinado tipo de programación, que puede ser muy seria o muy jocosa, puede ser condescendiente o puede ofender, pero, al fin y al cabo, ese es el costo y el precio de convivir en una democracia. No corresponde al poder del Estado interferir con esa regla de oro, porque la libertad de expresión se manifiesta precisamente como algo inherente al individuo, como un derivado de la propiedad sobre sí mismo, sobre la capacidad de emitir juicios de opinión mediante ese derecho inalienable, ante el cual ninguna autoridad tiene ni tendrá jurisdicción.

Por otro lado, no es menos cierto que se aprecia un grado de hipocresía enorme ¿Y por qué digo esto? Porque hay que separar la apreciación personal o ideológica que uno tenga sobre lo que se está diciendo, del derecho a los particulares para poder decirlo. Uno puede estar de acuerdo o no con que los particulares digan o hagan ciertas cuestiones, pero una cosa es que tú creas que está bien o está mal que lo hagan o no, y otra cosa muy distinta es decidir sobre su voluntad para poder hacerlo. ¿Y dónde está la hipocresía? En que la derecha ha manifestado que se debe censurar esto y aquello, que no deben tocar a sus queridas Fuerzas Armadas, que para su sector son “vacas sagradas”, en circunstancias de que los evidentes casos de corrupción jamás son mencionados y jamás hacen un mea culpa, so pena de perder su mellada credibilidad. ¿Cuándo han hablado abiertamente sobre la corrupción de las Fuerzas Armadas? Prácticamente nunca. Solo un silencio funerario parecido al de nuestro incómodo tiempo de paz. Así es fácil criticar, desde ese trono de silencio, a otras facciones del Estado. Pasa lo mismo con otras cosas que ya han ocurrido, y aquí es donde digo que, en esta materia, existe la hipocresía de lado a lado. Por ejemplo, la derecha presentó hace no mucho, el 19 de Noviembre del 2020, un proyecto de ley que tipifica como delito la “incitación al odio” contra las FF.AA y Carabineros ¿Qué sería “incitación al odio”? Algo, un dicho o una acción, que pueda provocar el odio contra ambas instituciones o contra una persona en particular. Ahora ¿Qué significa esto? Básicamente, pena de cárcel para todo aquel que pueda decir cosas en pro de ese odio. De esa manera, mostrar casos de corrupción y cuestionar algunas prácticas también podrían interpretarse como incitación ¿por qué? Porque, a raíz de esto, la gente se indigna y se escandaliza, al igual que con los casos de espionaje, como los investigados por la ministra Rutherford. Entonces vemos que la derecha denuncia solo cuando su reputación se ve mermada. En cambio, esa misma derecha toma la bandera de la libertad de expresión cuando se trata de frenar los intentos de la izquierda por criminalizar ciertos discursos o ciertas declaraciones, particularmente asociadas al negacionismo. De modo que toda esta campaña de desprestigio y de lavado de imagen solo ha funcionado a conveniencia del nicho de turno.

Sin embargo, es preciso aclarar que la izquierda tampoco se salva, porque ellos han estado haciendo exactamente lo mismo. Como salieron a flote severas críticas a las FF.AA, han salido a defender la libertad de expresión, pero ellos han propuesto leyes mordaza, prácticamente en el mismo tenor de la derecha, que buscan criminalizar o sancionar a todos aquellos que incurran en el negacionismo u otras posturas consideradas hostiles. Justamente aquí reflota el fascista interior, porque, al pecar de autoritarismo y de colectivismo (tal como la derecha, dicho sea de paso), se desea sin más acallar a todo aquel que se muestre contrario a su visión. He ahí que cobra especial relevancia, otra vez, el derecho a la libertad de expresión, porque este derecho existe precisamente para que el Estado monopólico no censure la disidencia y la diferencia en todo plano, y esto debería aplicarse, en todo momento, para cualquier causa o color político. Bajo esa libertad de expresión existe la parodia, el humor como dispositivo desacralizador, iconoclasta. Criticar la autoridad, porte la corona que porte, se siente en el trono que se siente. Abogar por la censura siempre será resucitar al fascista interior y, al manifestarse su hálito reaccionario, todos corremos el riesgo de volvernos “copitos de nieve” cuando amenazan nuestra cosmovisión, cuando se meten con nuestra trinchera simbólica.
Llamar machista a un show en donde la creadora de la máquina del tiempo es una mujer resulta un contrasentido.