Parra,
cuando le explica a Benedetti, acerca de su famoso cuento "Gato en el
camino": "el cuento propiamente tal yo no lo concibo, como tampoco
concibo la novela propiamente tal. Me interesan más bien en su estado de
bocetos, o de bichos más o menos informes; me interesa más un renacuajo
que la rana completa: me interesa más el insecto a medio camino, que el
insecto perfecto. Tal vez debido a eso no
he persistido en el trabajo de la prosa, que es más coherente que el
poético". A raíz de la anécdota, aspirar a lo mismo. Relacionada con la
frase de Mallarmé: "yo no he creado mi Obra sino por eliminación", se
puede llegar a una aspiración realmente auténtica en la vida, frente a
tanta obsesión por la integridad, por el cumplimiento de proyectos
concebidos como totalidades: familia, estudios, compromiso. Generalmente
uno no puede asimilar la vida sino a través de fragmentos, en nuestros
momentos más fortuitos a cuentagotas o inclusive en forma de descargas
en los de mayor intensidad. Uno debiese aspirar sino a ser el
significante de su propia vida como un Libro mallarmeneano, o como el
punto seguido de un artefacto parriano. Esa manía occidental de poner
punto final allí donde solo existe el umbral hacia otra página en
blanco. Ese engendro de la eficiencia y sombra del progreso entrometida
incluso hasta en la intimidad emocional. Uno debería tener por objetivo
ser un destello milagroso dentro de una vida prestada, la escritura no
me pertenece, la mente no me pertenece, soy un vástago de la sociedad
porque ella vive en mí. Uno debería pretender escribir, o aspirar a
vivir, siempre en miras de lograr la página en blanco absoluta, dejar
que las ruinas de tus proyectos (edificios artificiales) escriban en tu
lugar. Yo no aspiro a la felicidad, yo aspiro a la obra. Uno tiene por
obligación actuar siempre como la piedra que contiene en sí tanto el
comienzo como el ocaso de aquellos edificios (yo no quiero familia:
quiero pensarme como el parásito de mi creación, el proceso entre la
mano que la arroja y el rostro amoratado, esa es la vida que te escribe,
el insecto que intuye su muerte al multiplicarse por mil).