miércoles, 28 de agosto de 2013

Parásito de mi creación

Parra, cuando le explica a Benedetti, acerca de su famoso cuento "Gato en el camino": "el cuento propiamente tal yo no lo concibo, como tampoco concibo la novela propiamente tal. Me interesan más bien en su estado de bocetos, o de bichos más o menos informes; me interesa más un renacuajo que la rana completa: me interesa más el insecto a medio camino, que el insecto perfecto. Tal vez debido a eso no he persistido en el trabajo de la prosa, que es más coherente que el poético". A raíz de la anécdota, aspirar a lo mismo. Relacionada con la frase de Mallarmé: "yo no he creado mi Obra sino por eliminación", se puede llegar a una aspiración realmente auténtica en la vida, frente a tanta obsesión por la integridad, por el cumplimiento de proyectos concebidos como totalidades: familia, estudios, compromiso. Generalmente uno no puede asimilar la vida sino a través de fragmentos, en nuestros momentos más fortuitos a cuentagotas o inclusive en forma de descargas en los de mayor intensidad. Uno debiese aspirar sino a ser el significante de su propia vida como un Libro mallarmeneano, o como el punto seguido de un artefacto parriano. Esa manía occidental de poner punto final allí donde solo existe el umbral hacia otra página en blanco. Ese engendro de la eficiencia y sombra del progreso entrometida incluso hasta en la intimidad emocional. Uno debería tener por objetivo ser un destello milagroso dentro de una vida prestada, la escritura no me pertenece, la mente no me pertenece, soy un vástago de la sociedad porque ella vive en mí. Uno debería pretender escribir, o aspirar a vivir, siempre en miras de lograr la página en blanco absoluta, dejar que las ruinas de tus proyectos (edificios artificiales) escriban en tu lugar. Yo no aspiro a la felicidad, yo aspiro a la obra. Uno tiene por obligación actuar siempre como la piedra que contiene en sí tanto el comienzo como el ocaso de aquellos edificios (yo no quiero familia: quiero pensarme como el parásito de mi creación, el proceso entre la mano que la arroja y el rostro amoratado, esa es la vida que te escribe, el insecto que intuye su muerte al multiplicarse por mil).