lunes, 12 de diciembre de 2016

Existe todavía cierto placer flaneur en la visita y vitrina de locales donde venden música y películas. Es lo que me sucede al andar desocupado por el centro de Viña y alrededores. Una determinada afición por el objeto artístico a pesar del avance del formato digital. En Rewind, por ejemplo, una de las pocas tiendas de música y cine que cultiva este gusto, se trata de conservar el original aun cuando sea un producto usado. Cada sección del local guarda incluso su propia mitología. En las tiendas Rock and Roll y Orange Days de música, por otra parte, el vinilo cobra un nuevo auge que el disco ha ido perdiendo. Es quizá un fenómeno de coleccionista. De arqueología cultural. Estas tiendas, contra lo que la mayoría cree, gozan aún de buena salud. Permanecen estoicas. Abren un camino y una mirada, cosas de las que carece el formato puramente digital, en su fijación autista. En plena era de la desmaterialización de todo, los videoclub y disqueras se han vuelto la ruta del transeúnte nostálgico que ha sobrevivido al tiempo. Es el mercado alternativo de la retromanía, que encuentra en sus adeptos un nicho para sus secretas melodías e imágenes.