martes, 6 de diciembre de 2016

Valparaíso es una de las pocas ciudades en la que en el espacio que ocupa una plaza se encuentra la Antigua Catedral a un costado de la Biblioteca Severín, a unos pasos de la tienda Ripley y justo enfrente de los cafés con piernas. Comercio, literatura, sexo y religión coexistiendo en completa armonía, en menos de una cuadra.
En la Ritoque hablan sobre la película Blackboard Jungle (1955) y su importancia para el rock and roll. Resulta notable el hecho de que la primera pugna de la juventud en su rebeldía fuese contra el sistema educativo. El rock, en ese sentido, como banda sonora anti escolar. El profesor en la película, sin embargo, busca por todos los medios reinsertar a sus alumnos. Sin demasiado éxito. Demostrando que los métodos de la enseñanza conocida se volvían cada vez más obsoletos. La música rock y el cine, por esos años, representaban la vanguardia que arrasó con los viejos cánones culturales. La juventud no hizo cosa que subirse al carro de esa victoria. A raíz de la lectura de la película, me pregunto entonces si todavía será posible una educación que vaya a la par con la vanguardia cultural en pleno siglo XXI, considerando que sus convenciones en general se siguen manteniendo. Una educación que no sea solamente un motín de sillas y de pizarras. Que no sea solo un estatuto burocrático y piramidal. Que avance al ritmo del desenfreno musical y proyecte una visión del mundo, en el reino del sonido y de la imagen.