viernes, 22 de junio de 2018

A una cuadra de mi depa en la comisaría de Colón, una joven enroscada con quien parecía su pareja. Un paco trataba de detenerlos sin éxito. Por la forma en que los implicados forcejeaban, el paco lucía entre medio como si estuviese siendo tironeado de un lado para el otro. De lejos eso sí no se alcanzaba a captar el motivo ni el contenido de la discusión. Un poco más allá, en Carrera, un loco grababa de pasada algunos instantes del numerito. Su faz apenas se alcanzaba a distinguir cuando cruzaba hacia la otra esquina intentando pasar piola. Al atravesar hacia la otra acera y sin perder de vista la escena en la comisaría, otro loco estaba divisando de lejos todo lo que sucedía, abiertamente, sin necesidad de ocultarse: "Harto flaite la pelea", me comentaba de improviso, en el mismo momento en que pasé por su lado súbitamente. "¿Y era su pareja o su papá?", volvió a preguntar, con ánimo de darle rollo. Le respondí que no cachaba y seguí mi camino, todavía sin perder de vista la pelea y, además, observando por unos segundos al otro observador. Este al minuto atinó a cruzar y siguió como si nada. La joven se iba rumbo a paradero desconocido. El sujeto, por su parte, era devuelto a la comisaría. Hay un cierto placer oscuro en la observación. Lo he notado. Un morbo que lleva o a registrar secretamente el hecho escandaloso, (para regocijo personal o viral) o bien a contemplarlo en tiempo real sin necesidad de escondite, cual pasatiempo ciudadano. Hay un placer oscuro en la funa, sobre todo, en su voyerismo impune, anónimo.