domingo, 21 de abril de 2019

Camino a casa un tipo perdido me interceptó a la altura de la Biblioteca Severín. Se le veía urgido. Se notaba que no era de por aquí. Decía venir de una pega de reponedor. Explicaba que no le pagarían el adelanto hasta el lunes, por lo que quedó sin efectivo para volver a San Felipe. Casualmente, la misma ciudad en la que casi quedo varado al salir de la pega el viernes pasado. ¿Qué le hizo pensar que yo, egoísta entre los egoístas, podía ayudarlo? ¿Un mero asunto de contigüidad? ¿De coincidencia espaciotemporal? Este solo hecho hubiera bastado para ponerse en los zapatos del tipo que, plantado en la vereda y con actitud genuflexa, insistía en pedir el monto necesario para el pasaje de la Sol del Pacífico. A pesar de verme reflejado en él, revisé el bolsillo y vi que no tenía mucho para ofrecerle, con suerte una luca guacha. Se la di sin compromiso, como una muestra solapada de empatía o, debería decir, conmiseración. El tipo agradecía de corazón, aunque aún le faltaban dos lucas para completar el monto total. Siguió así su camino, sonriendo fugazmente y alzando el dedo gordo, apenas despidiéndose, raudo hacia Pedro Montt, quizá con qué suerte. Sigo cavilando sobre la anécdota y, en particular, sobre el destino del tipo. ¿Habrá conseguido la plata restante? ¿Habrá regresado a dónde decía regresar? ¿O, en cambio, se habrá “tomado” la plata, tentado por el endémico abandono de esta ciudad? ¿Qué será de aquellos sujetos que vimos una pura vez, por abc motivo, en la calle, de manera tardía, y que, debido a cierta premura o circunstancia adversa, no volvemos a reconocer nunca jamás? ¿Qué paradero de vida o de muerte le deparará, más allá del margen de nuestro propio reconocimiento? Quiero creer que el tipo decía la verdad; quiero creer que consiguió lo que decía querer conseguir; quiero creer que llegó adonde decía tener que llegar, porque, de lo contrario, seguirá deambulando en la conciencia cual pensamiento sin órbita; porque si yo hubiese estado en su lugar, no sería más que un satélite extraviado en su memoria sin arraigo.
Jesús volvió de la muerte un día domingo, en circunstancias de que otros aún no vuelven del carrete de anoche o aún no resucitan de la caña. Entonces, si él lo hizo ¿ya somos salvos? ¿ya estamos perdonados? ¿podemos seguir siendo los imbéciles de siempre, sin culpa?
El infierno es no poder conciliar el sueño. El infierno es este antro insomne. El infierno es este exceso de realidad.