jueves, 13 de mayo de 2021

Manifiesto. Peligros y oportunidades de la megacrisis. Gastón Soublette (extracto)

En mis diálogos con marxistas chilenos he captado que les cuesta entender que el marxismo y el capitalismo, a pesar de sus diferencias y desde cierto punto de vista, es posible afirmar que ambos pertenecen a la misma matriz originaria de pensamiento, es decir, por sus últimas causas ambos son expresiones de una misma cosmovisión. Comparten una misma concepción materialista del hombre y su destino, así también una misma concepción de la función consciente humana y del conocimiento que en ella se genera, vale decir, que el hombre es el sujeto y el mundo es el objeto. El sujeto habita el mundo y lo conoce mediante un saber que ejerce un dominio sobre las cosas conocidas para sacar provecho de ellas. Todo ser vivo usufructúa de su entorno natural, pero vive en la seguridad vital de que él pertenece al mismo orden en que está inserto; en tanto el hombre, guiado por un pensamiento disruptivo, expulsa de su mente la sabiduría integradora original para singularizarse en una existencia autocreada que interfiere el orden dado y termina causando grandes males a la organización de la vida planetaria.

Tanto para el marxismo como para el capitalismo, el fundamento de la cultura humana es económico, esto es, que el pacto social resulta de cómo los hombres se organizan para producir, por eso los conceptos de recursos naturales y recursos humanos pertenecen a la civilización global que homologa a ambos regímenes, y el materialismo que subyace en esas denominaciones es el mismo, formulado filosóficamente en uno, e implícito como actitud en el otro. Que en un régimen haya propiedad privada, lucro y acumulación de capital y en el otro no; que en uno el explotador sea el Estado y en el otro una empresa privada, nada de eso cambia la matriz común, cuyo sello conclusivo ineludible que la caracteriza es la desmesura, el gigantismo, producto del saber de dominio que los iguala en la base, y que ha resultado ser el distintivo más característico de la cultura occidental moderna y de toda civilización que haga suyos aquellos patrones de pensamiento y de conducta.

Llegar hasta el punto de vista en que cosas que en apariencia son muy diferentes puedan ser homologables en sus fundamentos por ser un mismo tipo humano el que las concibe y realiza, producto de la cultura tradicional en que todos hemos sido formados, sumado al estallido social de octubre de 2019 en Chile, podría dejar en evidencia que esas manifestaciones, sus movilizaciones masivas, su abultada lista de demandas y su ola anárquica de destrucción, por muy audaces que parezcan, siguen sustentadas por la misma matriz de esta civilización con su inevitable estructura de sociedad dominadora, pues conocer el mundo mediante un saber de dominio, limitar la psique humana a su sola facultad pensante orientada únicamente hacia lo útil y provechoso, dondequiera que se halle ese tipo humano y cualquiera sea el régimen en que actúe, el resultado de sus actos será siempre el mismo.

En el caso de los partidos políticos cuyos adherentes todavía creen en la posibilidad de implantar el marxismo, parece que aún no caen en cuenta de que el ejercicio del poder, cualesquiera sean los criterios con que se haga, implica hacerse cargo del muerto, el mismo que desde la Segunda Guerra Mundial empezó a entrar en agonía. Y ese muerto, con un régimen u otro, a estas alturas de la historia es igual en todas partes, y cada vez son más los que se dan cuenta de que ya no queda vida en él.