sábado, 7 de enero de 2017

La máquina de narrar

Viendo The Oa, segundo capítulo, de repente desfallezco en sueño. Imaginaba cuestiones difusas que tenían relación con la salida de ayer. Entre esas cuestiones asemejaba un lugar similar a donde trabajaba los fines de semana, un edificio gigante pero a su alrededor desolado, e inclusive escasamente habitado, donde se apreciaba una enorme cantidad de niebla. Al fondo una orilla o lo que parecía ser la vuelta de la esquina de alguna parte de Viña. Enseguida, la imagen de una chica con la cual hacía el amor. Se transfiguraba constantemente. El acto era en una pieza semi oscura, desde la cual un rayo de sol caía a contraluz. Nuestro sexo se transfiguraba también. No había otra cosa que el acto, nosotros y la pieza. Luego al despertar recuerdo que en la serie The Oa, Prairie, la protagonista, parece estar alucinando su pasado como niña extranjera que quedó huérfana y luego ciega a causa de un accidente. Proyecta a partir de su carácter especial un imaginario en donde ella recobra la vista luego de regresar de una Zona indeterminada. La pérdida de su vista era, según lo que cuenta, un pacto con un ser extraño para, supuestamente, enviar un mensaje a los suyos, cambiar la vida de los que conoce y, de paso, redescubrir su propia psiquis. Hay entre el imaginario de Prairie y el sueño de la tarde un ancla, quizá la misma necesidad de extravío hacia la sombra para luego reencontrarse con el cuerpo completo de la realidad. Pero lo que de verdad los une es el hambre insaciable de ficción. Su cualidad de máquina, como en la novela de Ricardo Piglia, Ciudad ausente.

En aquella novela se trata de desentrañar el misterio de una máquina de narrar. La particularidad de esta máquina estriba en su carácter subversivo, y en su capacidad para mezclar la ficción dentro de la novela con la realidad del contexto. La máquina, con su alcance hiper textual, se acaba identificando con el mismo narrador. El hilo conductor de las historias de la máquina es casi siempre una mujer. O, mejor dicho, su ausencia. La máquina parece desplegar una teoría del caos. Una trama caótica. Pero los distintos personajes de las tramas de la novela (y de la máquina), acaban abandonados por sus mujeres. Aunque son ellas las que finalmente ayudan al protagonista a encontrarse con el ingeniero de la máquina. En definitiva, ellas lo precipitan al origen, a través del laberinto textual y el tártaro político de su ciudad, para dar con su sentido. O, al menos, con su significado. Con Piglia y su novela se presenta una señal de ruta posible. Un atajo maestro. Todo lo que en su momento imaginé pudo haber tenido una coincidencia mayúscula con la Ciudad Ausente. O todo lo que la protagonista en la serie The Oa alucina es producto de su propia capacidad de contarse historias. Su cualidad de musa relatora. La ficción es una máquina que interpela constantemente. De seguro, el propio Piglia habría dicho lo mismo sobre los sueños y las pesadillas.