miércoles, 17 de octubre de 2018

Barbie y Ken como la caricatura del facho abc1 chilensis, en vista de que el estereotipo original apuntaba a un estilo de vida y un estándar de belleza. Life in plastic. Bien ahí, solo faltaba el contenido ideológico para completar el estereotipo. Mattel les aplaude de pie.
Un cabro del instituto planteó ayer una diferencia en la cual no había reparado: entre docente y profesor. Según este cabro, el docente era alguien dedicado a la educación en cuanto tal (docere), digamos, interpretando sus palabras, un educador orgánico, y el profesor, alguien más bien especializado en ciertas áreas del conocimiento. De acuerdo a su visión, el área de enfermería tenía muchos docentes pero pocos profesores. "Usted debe ser de esos pocos", comentaba a propósito del día. El motivo de su razonamiento recaía en el hecho de que me circunscribía al área del lenguaje y comunicación en el módulo didáctico destinado para tal efecto. Le parecía algo fortuito encontrar a un profesor de lenguaje entre tanto docente que se dedicaba a impartir las respectivas cátedras de salud y biología propias de la carrera. Claro está que no desmerecía a ninguno, solo resaltaba el carácter particular de aquel profesor esporádico que únicamente figuraba para el módulo transversal de expresión oral y escrita. La diferencia del cabro, si hilamos fino, no era conceptualmente rigurosa, ni siquiera dilemática, sino que intutiva, impulsada más bien por la ocasión en un contexto conmemorativo. Ese puro gesto, aunque desprolijo, parecía suficiente para ganarse la confianza, luego de haber faltado durante el lapso de tres sesiones, movido por asuntos, según él, estrictamente laborales. Sin ánimo de caer en detalles, entonces estreché la mano de este cabro, ante la mirada cómplice de los compañeros que terminaban de fumarse el pucho para entrar a la sala. Cuando ya iban en camino, el cabro de hace un momento se quedó atrás y preguntó si quería cigarrillo. Le decía que no. Una chica a su lado replicó que el profesor era sanito. No le creo, decía otra. Hasta que el mismo cabro preguntó si le hacía al "del bueno". No hubo respuesta, solo una risa espontánea. "Yo sabía cómo eran los profesores", afirmó, a punto de botar la colilla, seguro de haber dado en el clavo. Una vez dentro, la misma chica que dijo que era sanito, me regaló una lata de coca cola que llevó al puesto sin apuro. "Disculpe lo poco, profe", repetía, mientras se reunía al fondo con el resto de los alumnos. Abrí la lata inmediatamente y bebí, brindando por una jornada refrescante pero también por un futuro de fantasía.
Mi mamá me contó que había visto un video de Camila Flores discutiendo en un matinal , y quedó pa dentro: "la cagó la mina weona. Una vergüenza para el género". Según el tenor de la afirmación, puede deducirse que el género al que se refería ella tiene connotación ideológica, o bien se refiere, lisa y llanamente, al género humano.
Youtube anduvo fallando durante algunos minutos. Primero era el ítem de suscriptores, seguido del historial y el inicio, hasta llegar al error de reproducción de video. En un principio pensé que se trataba de la conexión, luego de la IP, pero, ya sobrepasado el pánico individual, la única explicación era que la página se hubiese caído a nivel mundial. Bastaron unos minutos para que algunos medios mexicanos informaran oportunamente sobre el reporte de la caída. La desazón se mantuvo pero invadió de pronto algo tranquilizador. El corroborar que otros también sufrieron esa caída volvía el hecho un poco menos incómodo. La red entrena el placebo de la miseria propia sublimada luego en la ilusión de comunidad. De ese modo, ya al dar con esa verdad implacable que escapa de las manos, se rasga por un rato el velo de la matrix virtual, se constata su frágil capitalización, y se cierra la página para encender la radio tranquilamente y sintonizar la ritoque, emisora local. Nada que un poco de música aleatoria no pueda remediar. Al menos, si lo digital llegase a caer definitivamente, siempre se contará con aquella antigua grabación pirata, con esa programación analógica, con esos resabios nostálgicos de una era pre internet, esperando por nosotros, a modo de tregua, hasta que la red vuelva a tomar el control con su espejo negro y con su implacable ansia de conectividad.