jueves, 21 de noviembre de 2019

La revolución de la chaucha

"En agosto de 1949 el general Oscar Reeves, Director General de Transporte y Tránsito Público del gobierno de Gabriel González Videla, decretó la entrada en vigor de nuevas tarifas para la locomoción pública de la capital. De ese modo, se subió el precio de $1 a $1,20 en los autobuses y tranvías, y a $1,60 en los microbuses y trolebuses. En la práctica, ello significó que el pasaje más barato subiera en 20 centavos de peso, es decir, una “chaucha” o moneda de poco valor de acuerdo al lenguaje popular chileno, refiriéndose a la palabra mapuche que los indígenas araucanos solían utilizar para denominar la papa temprana que dejaban para cosecharla más tarde. 

La ciudadanía, al contrario de lo que esperaba el gobierno de la época, reaccionó espontánea y violentamente ante la medida. El 16 y 17 de agosto de 1949 se desencadenaron en la ciudad de Santiago violentas protestas y manifestaciones contra el alza del pasaje, protagonizada mayoritariamente por estudiantes (principalmente de la Universidad de Chile), obreros y empleados organizados en la JUNECH (Junta Nacional de Empleados de Chile). Todos ellos, al grito unísono de “Micros a un peso”, desataron el caos en la capital, cortando calles y levantando barricadas, volcando micros y derribando el tendido eléctrico, así como destruyendo las vitrinas y escaparates de los locales del centro capitalino y apedreando las fábricas ubicadas en los alrededores. 

Por orden del Gobierno de González Videla, quien le pidió al Congreso que le otorgara “facultades extraordinarias” para hacer frente a la violenta situación, Carabineros y luego efectivos del Ejército salieron a las calles a proteger la propiedad pública y privada y a resguardar el orden público, enfrentándose inevitablemente contra las personas que protestaban en las calles. Estos enfrentamientos dejaron un saldo de un centenar de heridos y una cifra todavía indeterminada de muertos, que según las estimaciones de la época oscilaban entre las 4 y 30 personas. 

Curiosamente, en esos días se encontraba en Santiago el famoso escritor Albert Camus, quien acababa de dar una conferencia en el Instituto Chileno Francés de nuestra capital. Camus anotó en su diario que se había tratado de un “día infernal”, agregando que “la tropa con casco y armada ocupó la ciudad. A veces disparaba al blanco. Era el Estado de Sitio. Durante la noche oía disparos aislados. Día de disturbios y revueltas. Ya ayer hubo manifestaciones. Pero hoy esto parece un temblor de tierra”. 

Todo esto ocurrió casi setenta años antes del "estallido de octubre". Motivos similares, efectos idénticos. Según Camus, en "El hombre rebelde" (libro que escribiría años después) no era precisamente la revolución como teleología, como finalidad última, sino que la rebelión constante el espíritu que movía al hombre crítico, renegando de la tiranía en nombre de la libertad. Por consecuencia, el absurdo de la existencia no impedía la acción, al contrario, suponía un incentivo. 

¿Y qué mejor escenario para aplicar la filosofía del absurdo que nuestro chilito, con sus propias piedras precipitándose al vacío, y sus propios Sísifos tratando de atajarlas? 

Es la historia, (nuestra historia) nuevamente, volviendo sobre sí misma, reescribiendo el guión de su propia fuerza centrífuga.