martes, 24 de septiembre de 2019

Primera vez que sobrevivo a fin de mes gracias a la venta de libros. Salve ¡Oh, escritura! Amparo de miserables.
Algunos cabros se reían solos cuando me escuchaban confirmar las respuestas de algunas guías, con un largo y tendido "correcto", imitando involuntariamente el gesto prosódico de Julian Elfenbein. Era evidente que las últimas clases psu, merced a un vicio metodológico de segundo semestre, se iban pareciendo cada vez más a un Pasapalabra apócrifo, precario, no televisado, únicamente visible para los ojos del alumnado. Otro día recuerdo que el curso se aprontaba a pronunciar aquel innumerable abecedario de respuestas psu, y un cabro levantaba la mano impetuoso para responder a una alternativa con a, con a de "arqueozoología". Sus compañeros no pudieron evitar celebrar la oportuna y laureada referencia. Nuestro Nico Gavilán había acertado en todo, pero no había ganado otra cosa que el premio simbólico de la aprobación.

martes, 17 de septiembre de 2019

Terminé la última de Tarantino. Tenía razón: no trata sobre Manson, sino que sobre 1969. Sin duda, Sharon Tate (Margot Robbie) brilló como nunca en la película. Si bien el protagonismo no recae sobre ella, sino que sobre el decadente actor Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) y su doble de acción (Brad Pitt), acaba capturando la atención con unas fotografías y unas tomas que rozan lo espectacular, sublimando lo que fue su vida, dignificando su figura. Aunque no está al nivel de su producción más entrañable, se trata de un íntimo homenaje a Hollywood, con la clásica mezcla tarantinesca: sarcasmo, pastiche, violencia pero también nostalgia, nostalgia de un giro feliz en la narrativa de los hechos.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Los días martes figura como secretaria una alumna. Sí. Tal como se lee. Sucede que la primera secre, la de planta, era venezolana y tuvo que presentar una renuncia por un problema de la visa. Entonces el jefe de la sede, no pudiendo contratar a otra secre, le pidió el favor a una joven estudiante de Derecho para cubrir por lo menos un día. Esta estuvo solo durante un mes y luego tuvo que retirarse por cuestiones de estudio y de su hijo. Fue así que el jefe, no teniendo a quién más incorporar, cortó lo sano y eligió a una de las alumnas, y no cualquiera, sino que a la más aplicadita, a la que siempre llega temprano y falta poco, a la que rinde bien en los ensayos y participa en clases, aunque a veces se haga la lesa y se ponga a conversar más de la cuenta. Ella al parecer tenía los atributos necesarios para cubrir el infaltable puesto de la secretaria. De ese modo, de un día para el otro apareció quien era una de las cabras más piolas del curso, en la oficina sentada frente al ordenador y atendiendo unas cuantas llamadas telefónicas. "-Profe, qué tal?"-. -¿Qué hace acá?-, le pregunté la primera vez. "-¿Qué cree usted?-", respondió, un tanto irónica. No lo podía creer. La chica había adoptado el rol de la secretaria con sumo desenfado. Tampoco lo podían creer algunos compañeros. Una se preguntó qué pasó con las otras, porque había una demasiado joven ahí cobrando mensualidades y gestionando visitas. Otro decía extrañar a la venezolana y preguntar por la última, la de Derecho, al hallarla más "potable". Solo un par de cabras que ya sabían de antemano, amigas de la alumna secre, aparecieron durante los siguientes días martes escuchando reggaetón y copucheando de lo lindo en la oficina, escena que encerraba por sí sola el meollo de la situación. "¿Quiere que le imprima algo, profe?", preguntaba la alumna secre, notando lo intrigado que estaba en el límite de la puerta de la oficina, no cachando muy bien, asimilando el contexto del asunto. Le decía que no era necesario. "-¿Esto es temporal?"-. -No, es hasta fin de año-. Todo indicaba que tendríamos alumna secre para rato. Hoy día jueves volvía tranquilamente al aula, al rol que le correspondía en un principio, y el jefe tomaba, a su vez, las riendas de la oficina. Es así que nuestra querida alumna secre alterna entre sus dos papeles con suma naturalidad. Prodigio de laboriosidad.

Daniel Johnston, RIP

Algo escribí sobre Daniel Johnston hace años, el 2014 para ser más exactos, en una especie de proyecto de críticas musicales. Aquí lo vuelvo a postear, a propósito de su temprana partida: 

Daniel Johnston, el genio loco, como Syd Barret o Brian Wilson. Aquellos que lidian con la enfermedad como un huésped, y le dan de comer con la misma mano que escribe la melodía, en ellos la música es como una presencia que los posee, un Otro, una realidad doliente, viva. Eso lo supo Cobain, depresivo como su ídolo, en una tentativa de invocar la belleza clandestina de los "raros", en medio de la maquinaria del pop: "corromper el imperio desde adentro", y corrupción aquí significa entronizar a los fracasados, que la enfermedad y la exclusión engendran la vitalidad del abismo, en un lenguaje y un rumor brutal, auténtico; un instante en que la cultura de los populares se desnuda, se delata a sí misma como un círculo de favores y de traiciones. Entonces, como en la consigna de su primer disco (hi, how are you?), este sentimiento saluda al mundo de la parafernalia, y Johnston consigue la sintonía con ese espíritu alternativo, en figuras como Bowie, Tom Waits, el mismo Cobain, Sonic Youth. Toda la atmósfera del rock se baña de esa respiración bipolar, esa honestidad que en los "raros" es po-ética, y se despoja un momento de velos, luces y cámaras para escucharse en esas voces y cuerdas, que vibran bellas con la fragilidad de todo. Allí los raros son la música de la vergüenza que cava en los corazones mediáticos. El propio Johnston atestigua en varias entrevistas, en medio de largas giras por Europa, ese silencio, el camino del arte, como reza en una de sus canciones: "El artista camina solo".


martes, 3 de septiembre de 2019

Siempre a la micro vía Catapilco se sube un caballero disfrazado de payaso a la altura de la Estación Viña, sistemáticamente, todos los lunes. No viene con ningún show cómico ni nada por el estilo. Únicamente se dirige a los pasajeros diciéndoles: -Ustedes se preguntarán qué hago vestido de payaso arriba de un bus. Pues mi intención no es molestarles, solo quería pedirles una cooperación-. Antes de pasar al fondo para vociferar, le entrega a cada uno un mini calendario con motivos del ratón Mickey y la virgen María. A diferencia de los mendicantes y de los artistas de la calle, no hay relación aparente entre su indumentaria y el papelito que ofrece con tanto ahínco. Pero ese alcance estético, después de todo, no da a lugar. Tal vez el show solapado del payaso, con miras a capturar la atención de los pasajeros, consista precisamente en aquella interrogante retórica sobre sí mismo. Unas cuantas chauchas puede que salgan de aquella meta pregunta sin respuesta. Al parecer, lo importante ya no es la risa, sino la cavilación.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Prólogo a "Callejones de palabras. Antología poética Café con Gracia". (2019)


¿De qué hablamos cuando hablamos de una antología? La tarea a simple vista exige un mínimo acuerdo en la definición y, además, un mínimo de criterio en la selección. Le debemos tal vez a Alfonso Reyes una tentativa real para hacer de este ejercicio uno en el que prime decididamente la veta creativa. Para Reyes, en su libro La experiencia literaria, las antologías podían alcanzar sin duda la “temperatura de creación”. Esto significa que una antología sería, ante todo, un gran “architexto”, un texto que contiene a otros bajo una determinada óptica lectora y que, de suyo, posee las condiciones suficientes para ser concebido como una obra literaria en sí misma. De esta forma, el antologador, al elegir, compilar, leer y editar los textos que formarán parte de su obra, no estaría limitado a la cualidad que define al trabajo antológico desde su etimología, (es decir, la acción de reunir textos a modo de flores para plasmarlas en un todo con un sentido global), sino que también estaría abierto al campo de la hermenéutica que resignifica la idea de la conservación y la transmisión de la riqueza de una cultura. Esta aproximación a otro concepto sobre la antología cobra aún mayor significado cuando se trata de la palabra poética. Una antología de poesía supone, pues, que la obra en cuestión presenta un conjunto panorámico de textos poéticos con el carácter necesario para ser incluido por el o los responsables bajo el signo de la creación, amen de ciertas variables socioculturales o de ciertas motivaciones personalísimas. 

No han sido pocas las antologías poéticas en Valparaíso. Sin ir más lejos, en mi caso particular, me ha tocado participar en una serie de proyectos antológicos. Entre ellos, el Carta de ajuste: antología de poetas inéditos en Valparaíso (2008) de Ediciones Cataclismo. También, la Antología errante, 24 poetas reunidos en torno a la palabra (2015) de Editorial Puerto Alegre. En esta última quisiera detenerme, puesto que saca a colación el tema de las antologías realizadas a partir de ciclos de lecturas poéticas en bares y en cafés de la zona. La Antología errante, por ejemplo, se enmarcaba en el contexto de las lecturas del extinto bar The Grizzy de Av Brazil, las cuales fueron iniciadas por Rodrigo Gutiérrez, y luego continuadas por Juan Antonio Huesbe. Gutiérrez, de hecho, fue también responsable, junto a José Miguel Camus, de la ya mítica antología “Valparaíso Bohemio: antología de poemas nocturnos” (2007) que reunía a 27 poetas partícipes de las lecturas del bar Pajarito de Salvador Donoso, entre ellos, al fallecido poeta porteño Arturo Rojas. Tanto la Antología errante como Valparaíso bohemio, en este sentido, han buscado capturar el espíritu de las veladas poéticas que se daban lugar en sus respectivos nichos, espíritu envuelto en el manto de la bohemia porteña, que ya se ha vuelto prácticamente un sello clandestino de nuestra idiosincrasia y nuestro imaginario 

La presente antología poética tiene la intención de convocar a una serie de poetas que, por abc motivo, participaron activamente en las lecturas realizadas en el Café con Gracia del Cerro Concepción; o bien, a aquellos poetas que, a pesar de su escasa participación, tuvieron alguna complicidad con las diversas actividades de índole cultural que en aquel café se llevaron a cabo, y que compartieron, de cierta forma, aquella impronta bohemia de la cual los implicados insisten en sentirse parte. Es preciso señalar que dichas actividades fueron posibles gracias a la gestión de Rodrigo Sepúlveda Vargas, dueño del local, quien fue capaz de perseverar durante alrededor de cinco años (desde el 2013 hasta el 2018 aproximadamente) en un círculo ya, a estas alturas, muy subterráneo o abocado únicamente a ciertos circuitos muy reducidos. 

El propósito de esta antología, finalmente, no es ofrecer una rigurosa muestra estética de las distintas poéticas que han ido circulando en las lecturas, sino que proyectarse como un catálogo de aquellas obras que los autores participantes consideraron dignas de ser publicadas, atendiendo el tenor de las intervenciones que allí se realizaban, priorizando, de ese modo, la idea primigenia del “micrófono abierto”, la intuición y el gesto de quien se “arroja” al escenario bajo el ímpetu de la expresividad y, en cierta medida, bajo el “placer funesto” que emana del oficio de la escritura. No hay mayor ambición estética en esta antología que la de servir de espacio y de instancia architextual para que todos estos poemas reunidos, a raíz de las lecturas del café, tengan su propia vitrina al universo simbólico.