viernes, 5 de agosto de 2022

Durante la clase de tópicos literarios, un cabro tenía una duda con respecto al tópico del amor cortés: "Profe, ¿Es como la droga?", preguntó. "¿Cómo así?, le pregunté de vuelta, no captando muy bien la asociación. "Es que para mí el amor es como la droga", dijo, sin más. "Te vuelve adicto", repitió, no sin antes guiñarle el ojo y mirar fijamente a la chica de enfrente. Esta le sonrió. El amor cortés de los caballeros andantes tenía antecedentes en la poesía árabe, e implicaba una auténtica "intoxicación emocional". Pérdida de sí mismo. Renuncia en pos del sentimiento. Así que, en cierta manera, el cabro no estaba tan equivocado. Amar para él era drogarse, volverse adicto. La chica a la cual le guiñó el ojo, le correspondió, siendo cómplice de su rito de drogadicción. Pero aquí, sin embargo, la poeta era ella, y la persona a la cual le dedicaba tantas líneas y tantos versos en los poemas que me pedía corregir, era justamente aquel cabro. En el amor y en su proceso de intoxicación a través de la poesía, las palabras rebasaban su propia historia. En ese rebasamiento consistía el sentido de lo poético.