lunes, 19 de octubre de 2015


Ese fenómeno extraño que solo lo otorga la virtualidad, el vértigo de ver cómo tu lista de contactos (o debería decir, vida social) se reduce un poco cada día (un amigo o amiga fantasma que se resta) de manera abrupta y misteriosa, sin mediar palabra ni razones, como una bomba de tiempo que no se sabe si va a explotar o simplemente detenerse.

Algunos podrían considerar una locura el que prestes más atención de la cuenta al cuidado de la auto imagen, otros podrían llamarte demasiado normal por seguir los patrones y cumplir las expectativas que el resto espera de ti. Frotar el espejo pulcramente para obtener el mejor ángulo de tu semblante. Asumir que el día domingo es la neurastenia de la responsabilidad. Tragarse el orgullo y en cambio anudar la corbata para reinventar la rueda, o mejor dicho, echarla a andar; luego pensar siempre que podrías estar haciendo cualquier otra cosa, lo que fuese, porque al decidirse por una matamos una parcela de realidad, colgamos a aquella o aquel que pudo haber sido pero no fue. Sin embargo, sigue ahí, hablándose, tratando de convencerse que nada acabará, una vez retire la vista del espejo, y otro nuevo día se asome dispuesto a regocijarle y contradecirle por igual.