miércoles, 15 de marzo de 2023

Sobre Fernando Lamberg y el símbolo del mosaico

“Llamar blanca a la inocencia y negra a la perfidia/sigue una tradición pero no una verdad./El blanco puede ser señal de una traición/y el negro ser la huella de la lealtad./Una simbología obsoleta va por falsos caminos./En el ajedrez la dama negra en la casilla negra/puede darte la victoria/y la dama blanca en la casilla blanca hundirte en la derrota […]”, rezaba el Poema en blanco y negro de Fernando Lamberg, escritor porteño. En efecto, cuando uno se enfrenta al pavimento mosaico, constituido este de baldosas blancas y negras, se enfrenta a una realidad que trasciende la lógica del bien y el mal. Ambas concepciones provienen de la fuente dual, pero se pervierten al volverse antitéticas en la vida mundana. La realidad es que el mundo es mucho más que mero maniqueísmo. Es, antes que nada, integración de la sombra y la luz, mixtura grisácea, claroscura visión.

Entrevista a Bruno Vidal: “La proximidad de Boric con la poesía es la de un firulete”

—¿Cómo caracterizarías las referencias culturales que hace el Presidente en sus discursos?

—Son declaraciones de impostura. Engañifas de momento. Cuando él se refiere a Andrés Bello lo hace de una manera ignorante. En general las referencias que hace Boric a figuras prominentes son oportunistas, accidentales. No implican una asimilación de los legados culturales de la intelectualidad chilena.

—Dices que Boric hace referencias intelectuales al voleo. ¿Cómo se nota cuando alguien cita bien, con conocimiento y propiedad, sin impostura?

—Se refleja, precisamente, por no hacer cúmulos de citas. Boric no cita a Andrés Bello habiéndolo asimilado. Él podría hacer una extrapolación de lo que significó la figura de José Victorino Lastarria. Pero no, él lo hace como si se estuviera refiriendo a la avenida Andrés Bello. Cuando alguien quiere expresar un punto de vista original en una ponencia, debe evitar citar.

—¿Crees que Gabriel Boric escribe sus discursos?

—Escuché en una entrevista que él quería darse un año sabático para irse a escribir una novela negra. De alguna manera la está escribiendo, pero en forma colectiva. Y es una novela negra donde él va a quedar como chaleco de mono. Yo creo que no escribe nada. De hecho, la madre de él, en una entrevista, decía que Gabriel tenía dificultades de aprendizaje cuando era niño. Y creo que eso se manifiesta en que el Presidente tartamudea las ideas y, a veces, queda en blanco, desdibujado en enunciados que son muy simples. No consigue hilvanar ideas con soltura de cuerpo. Tal vez la necesidad de recurrir a la declamación poética explica su inseguridad con la palabra.

—Boric ha citado varias veces el poema «Cementerio de Punta Arenas» de Enrique Lihn. ¿Crees que lo hace con tino?

—Ese poema no tiene nada que ver con su obra más conocida. Es un poema extravagante, corto. El aterrizaje que hace Boric a la poesía es utilitario. Voy a ser franco: yo creo que su proximidad con la poesía es la de un firulete. El Presidente de la República deja muy mal parados a todos los chilenos o, sencillamente, nos refleja de cuerpo entero al dárselas de estar enterado de todo. Y no es así. Yo, por ejemplo, no te podría decir bien más de tres nombres de árboles chilenos. Y existen muchos. Pero no sé, me pierdo. El Presidente está demostrando incultura y todas estas alusiones que él hace a los poetas chilenos son antojadizas y burdas.

"¿Por qué nos hace escribir tanto a mano en clases?", me preguntó un cabro, estresado. Le dije que de eso se trata, que se requiere costumbre; si no, les mandaría a hacer todo para la casa y aprovecharían de meterse a Chat GPT. "¿Qué es eso?", preguntó el mismo cabro. "¿En serio no cachas?", le dijo, extrañada, una compañera. "Es una página en la que chateas con una Inteligencia Artificial y te escribe todo lo que le pidas". El cabro quedó sin palabras. "¿La dura?", preguntó, asombrado. "La dura", contestó la compañera. "Ideal para nosotros". Esbozó una breve sonrisa. Algunos ya estaban enterados de las maravillas de esta nueva IA; otros, increíblemente, aún no tenían idea. Se armó entonces una conversación en torno a quiénes iban a hacer todas las tareas con GPT, y si acaso los propios profesores también hacían trampa. "Por eso les hago escribir en clases", les repetí. "No sacan nada con dejárselo todo al chat si no saben lo básico". Otra alumna intervino. "¿Y cómo sabría usted si un texto lo hicimos nosotros o lo hizo el chat?", preguntó. Era, ciertamente, la pregunta que estaba esperando. Le dije que había métodos de interpretación, que dependía de las instrucciones y del tipo de textos, pero llegaría un punto en que iba a ser prácticamente imposible distinguir un texto escrito cien por ciento a pulso de uno diseñado por IA. En ese límite posible entre creatividad, autenticidad y honestidad intelectual se iba a decidir, muy a nuestro pesar, el derrotero del taller de escritura: en la prueba de fuego del algoritmo y la palabra.