miércoles, 25 de noviembre de 2015

El poeta y artista visual palestino Ashraf Fayad ha sido condenado a muerte por un tribunal de Arabia Saudita por considerar que sus versos incitan al ateísmo. Algo similar recuerdo ocurrió con el escritor indio Salman Rushdie, que al publicar su novela Los versos satánicos en el año 1988 provocó una feroz controversia, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, al considerarse que su narrativa iba en contra de la figura de Mahoma. Cayó sobre él la llamada Fatua, un procedimiento legal del Islam que permite acusar a alguien de herejía con todo el peso de la ley. Una nueva inquisición del pensamiento está más viva que nunca. Y no solo es un problema eminentemente religioso. Sin ir más lejos, tomemos como ejemplo el macarthismo con su caza de brujas a artistas de la talla de Bertol Brecht o el mismísimo Charles Chaplin, solo por presunta afiliación al comunismo en el contexto de la Guerra Fría. Sin ánimo de proselitismo, la literatura siempre considerada la barricada contra el orden moral, indistintamente venga esta de occidente, oriente o desde el tercer mundo. Se escribe fuera de la ley, siempre, decía Bolaño. Hay quienes se toman la premisa de manera literal. Porque pareciera que solo coqueteando con los extremos se puede revitalizar algo que se creía establecido, muerto por acomodaticio. Esto es, el poder de imaginar, de pensar más allá del límite de lo prohibido, sin ninguna clase de asco (o verguenza moralizante) tan diferente a la superstición, al mero dogmatismo mental, aun cuando cada cabeza pensante ya tenga un precio en el futuro.