viernes, 2 de abril de 2021

Viernes Santo. El vacío que deja la crucifixión, la simbólica muerte de Dios, se confunde con el vacío de las calles tras el confinamiento. Los creyentes en sus casas experimentan el nihilismo de un mundo sin Dios, y a la vez, viven la incertidumbre de una plaga sobre la cual ninguna doctrina parece tener suficiente influencia. Solo el Estado, en el lugar del extinto Dios, mantiene a raya a su rebaño, sacrificando la libertad del presente en pos de la seguridad del mañana. Y mientras la ciencia encuentra en la vacuna una posible panacea, la fe cristiana proyecta, en su duelo, el temor al sinsentido y la expectativa del milagro. ¿Qué virus podría hacerle frente al poder de la fe? Se preguntan con profunda convicción los más creyentes ¿Qué prueba esta plaga sino la necesidad de una renovada trascendencia? Se vuelven a preguntar, encerrados en sus casas, limpiando los crucifijos con alcohol gel, aguardando el día de la resurrección del Señor.
“Las mismas leyes que nos mantienen a salvo, nos condenan al aburrimiento” así rezaba Chuck Palahniuk, el año 2001, en su novela Asfixia. La frase cae como mascarilla al rostro bajo esta cuarentena soporífera. Incluso parece un oráculo. Y ojo, que en Bélgica la justicia se aburrió y obligó al gobierno a retirar todas las medidas restrictivas anti covid en menos de un mes. De seguro apelarán, y el bicho seguirá cagado de la risa, paseándose entre huéspedes humanos, sin leyes ni Estado que lo confinen.