jueves, 10 de septiembre de 2015



Corrigiendo pruebas sobre El extranjero, de repente me doy cuenta que incluso al indiferente en extremo "no le falta Dios". Cuando el capellán lo visita a la cárcel e intenta convencerle sobre la fe antes de ser ejecutado, responde que el único rostro que ha intentado profesar es el de María (su amor, no precisamente la virgen). Y eso, a pesar de su declaración final, es el meollo del asunto. El amor, a pesar de consumarlo, le resbala. La vida no lo envuelve por impotencia ni por incomprensión, simplemente le parece baladí.