sábado, 15 de junio de 2019

Influenza

"¿Ya se vacunó contra la Influenza, profe?", me preguntaba hoy una alumna. No había caído en la cuenta sobre el impacto del bicho por estos lados, hasta entrar en la clase de la mañana. No miento. Fue cosa de abrir la puerta con los cabros adentro, y se sintió como el ambiente pesado. La propia alumna de la pregunta se levantó a abrir la puerta para ventilar la sala. También se había dado cuenta de esa sugestión en el ambiente. La alumna, con vocación de enfermera, le advertía a las demás y, de paso, a su profesor, que se vacunasen cuanto antes. Sin más, señaló que yo estaba en "factor de riesgo" por lidiar con tanta gente durante la semana. Y no era chiste. Entre tanto viaje en bus, y jaleo de aula en aula, el mal virus podía pillarte volando bajo, sometiéndote en un descuido. Fui con esa idea en mente al Cesfam más cercano para cumplir con la advertencia de la chica; pero resultó que se habían acabado las dosis de las vacunas, y no las iban a reponer hasta mañana. Volví entonces al plan, con la bala pasada, para tomar la locomoción que me llevaría a la clase de la tarde. Arriba del bus regresaban los síntomas de aquella odiosa sugestión. Vidrios empañados. Una señora que tosía como perro. Algo como azumagado en el interior. De pronto, al sentarme junto a la ventana me empecé a sentir débil. Dolor de guata. La cabeza un tanto abombada. Pies congelados ¿Habrá sido el virus? dije entre mí. Y, de ese modo, conforme más me pasaba películas en torno a un incipiente contagio, el cuerpo se ponía más tenso, y la guata y la cabeza pateaban más fuerte, hasta que intenté echarme sobre el respaldo del asiento a ver si así se me pasaba. Todo parecía indicar que algo había pululando, pero se manifestaba primero en forma de bicho psicológico. Era cosa de mirar afuera: un ensimismamiento inusual, una convalecencia penitente, ante la cual los transeúntes calculan y cuidan cada paso, temiendo agarrarse con aquel enemigo invisible a la vuelta de la esquina, aquel microorganismo vengador, influyendo hasta en la delicada conciencia del hipocondríaco.