lunes, 22 de junio de 2015

9:35. Por más que lo neguemos, la realidad siempre se encarga de superar cualquier expectativa, ya sea en el amor o en el trabajo, las canciones de moda de los veintitantos, creo que lo que gana es siempre lo imprevisible, lo que no estaba contemplado en las boletas ni en la agenda mental. En ambos casos se trata de sobrevivir al costo que sea. Y quizá el único heroísmo después de todo consista en saber cuándo retirarse y vivir para contarlo, pero consciente de que se puede regresar en cualquier momento sin previo aviso, y volver por mucho más.

¿Qué será de aquella chica seguidora de Heidegger que de un momento a otro desapareció de la faz de la red sin otro rastro que el recuerdo de esas intensas conversaciones? Quizás su ser ahí era precisamente arrojar nuestra comunicación a otra parte o a otro tiempo. Arrojado así sin más, como habiendo llegado recién a algún lado, llámalo destino o cita, pero inexorablemente arrojado. Parece esta una fabula repetida. Quizá sea como ella dijo alguna vez, que la rosa es sin por qué, que la belleza como decía Rilke es terrible porque no se sabe qué es lo que la provoca ni tampoco lo que la hace desaparecer. Y no resta otra cosa que las palabras, las palabras en la mensajería, dibujando un abismo, esperando ilusamente la próxima leída. Se sentía formando parte de algo grande, aunque fuera vacío, un agujero negro o quizá un remoto encuentro en Andalucía, Turín o el mismísimo Valparaíso. Ese rostro y esa figura en la silueta genérica del perfil. Parece que aún siguiera allí, una entre miles. Es la magia de la mirada, un poco la proyección de lo que ya se incubaba en nosotros. Lo nuestro fue algo así como una confidencia, un secreto que no desciframos, quizá por inexplicable, quizá por ilusorio. Fue una especie de lazo creado solo para ocupar el lugar de nuestras desapariciones. En fin, sea como sea, simplemente nos debemos la verdad, la existencia, un polvo… y algo más.