sábado, 13 de abril de 2024

La desventura del joven mandatario (mini ficción)

Hubo una vez un joven presidente que pretendía cambiar el rumbo de su país. Para eso, intentó con la poesía, aquella poesía que leyó en su época más combatiente y revolucionaria. Obviamente, aquellos versos repletos de materialismo dialéctico surtían efecto en sus años mozos, aunque no lo harían tanto, en su calidad de jefe de Estado. Como ya formaba parte del gobierno y, por extensión, de la República, aquella misma República que expulsó a los poetas por "falsificadores del mundo ideal", el joven presidente tuvo una idea mejor: ir a la contra del viejo platonismo y volverse el primer presidente poeta en cantarle unos versos a los empresarios de su país. No encontró mejor ocasión que un discurso en el Encuentro Nacional de la Empresa para demostrarles, en su calidad de mandatario, que la poesía sí tenía lugar en los asuntos políticos y ejecutivos del país y que unos lúcidos versos de Enrique Lihn sí podían hacer la diferencia en el lenguaje abigarrado de sus mentes calculadoras. Tras el aclamado recital, sin embargo, no contaba con que los empresarios hacían caso omiso a la jerga lírica del mandatario, con una atención impostada y protocolar. Apenas unos aplausos de cortesía para concluir la ocasión, unos aplausos fríos que apenas resonaron entre el brío de los asistentes y en la expectación de sus comensales y camaradas. No hubo comprensión ni compenetración con lo que allí se decía, y esto es lo peor: no hubo, de parte del propio presidente, una comprensión de la poética póstuma de Lihn, aquella que decía, muy en el fondo, que "la realidad no es verbal", que, definitivamente, "no puede haber nombres en un país mudo". "Somos las víctimas de una falsa ciencia/los practicantes de una superstición:/la palabra: este río a cuya orilla/como el famoso camarón nos dormimos/virtualmente ahogados en la nada torrencial". En su intento poético pero no menos iluso de conciliar las tareas del gobierno y el espíritu republicano con el imaginario de la poesía y la belleza terrible de las palabras, el joven presidente prolongó sus días en el mandato, callando el sentido profundo de sus versos y las consecuencias, luego, se volvieron irremediables. La ciudadanía de la cual era deudo comenzó a rebasar sus intenciones, fueron exigidas las promesas incumplidas, porque las palabras y las intenciones no eran suficientes, porque lo verbal es lo verbal y nada tenía que ver la revolución con la revolución ni Chile con Chile, porque las palabras que había pronunciado con tanto ímpetu chocaron contra una muralla impenetrable, la muralla de aquello que excedía lo verbal: la realidad país.