lunes, 5 de mayo de 2014

El día que la Tierra se detuvo


Revisitando la película "El día que la Tierra se detuvo", el remake con Keanu Reeves y Jennifer Connelly, en que un extraterrestre llamado Klaatu viene a advertir a las máximas autoridades científicas y políticas del planeta sobre los peligros que su raza ha causado sobre el medio ambiente del planeta, y con el fin de llevar a cabo un ultimátum para la especie humana, se asiste a otra rimbombante ópera cósmica de los valores humanos, donde se establecen las tensiones de la alteridad tan propias de un continente americano, entre extraterrestres, humanos y animales, pero siempre con miras a la dialéctica entre un apocalipsis moral y una nueva esperanza en el espíritu de la humanidad, como si las formas inteligentes del Universo condescendieran en el fondo con sus costumbres solo desde la óptica de un equilibrio cósmico más allá del entendimiento racional. No sé si sea conveniente verlo desde una especie de "fe en el progreso" como herencia de la ilustración, o desde esa clase de humanismo sectario que surge a través del correlato ecológico, de salvar a la naturaleza o exterminar lo que la amenaza.

El conflicto desde la trama a primera vista comienza a resolverse desde la tan mentada comprensión y comunicación con el otro, a modo de antesala a una futura armonía entre esos otros, diferenciados pero legítimos en su extrañeza. Esto se ve materializado en la ingente relación entre el enviado Klaatu y la doctora Helen, a través de la cual comienza a redescubrir los valores humanos y a desmentir su imagen inicial sobre una humanidad esencialmente autodestructiva. En el fondo hay aquí otro correlato: el del amor como metonimia del impulso de vida que pudiera reivindicar a la especie frente a la mirada inquisidora de extraterrestre que solo ve blancos y negros, que no atiende los matices éticos, que desconoce la dimensión y el purgatorio de los corazones humanos. Ahora bien, el conocido relato sobre el amor como el espíritu que finalmente reconcilia la extrañeza de la inteligencia del mundo, resulta un melodrama sublime, políticamente correcto, aunque no por ello menos cargado de significado artístico, basta pensar en las grandes obras que se alimentan de ese espíritu como si fuese algo que anida en el centro de lo vivo, desde una perspectiva platónica, más allá de ser un ejercicio de empatía llevado a escala sentimental y comprensible desde ciertos acervos culturales. Sin embargo, sigue existiendo algo en el mensaje de la película que no me convence, ¿cómo es posible que el mensajero Klaatu consiga de una forma un tanto inexplicable y abrupta revocar su decisión de exterminar a la raza humana solo a través de la simple intuición de los sentimientos que anidan en ellos, y que tienen su máxima en el amor que aflora entre la doctora, científica, representante de la "inteligencia de la tierra"? ¿Acaso la alteridad extraterrestre no sea sino otro chivo expiatorio para encumbrar una vez más la omnipotencia de la razón, seguida en el fondo de ese sentido y valor que le imprime el espíritu, el dominio del corazón, desde su gran enviado: el amor? Aquí pienso hay más que un atractivo mensaje de interpelación ética, desde la influencia de Rousseau, una muy libre licencia artística (cinematográfica) que no profundiza mayormente en la tensión entre las alteridades: los animales siempre actúan como siervos tanto de los humanos (desde su constitución de peligro viviente) como de los extraterrestres (desde una visión paternalista). No se ofrece la voz a los animales en ese gran espectáculo de la armonía espiritual y la condescendencia de la inteligencia universal, simplemente porque son "otros mundos". La relación entre Klaatu y la doctora Helen no es sino en el fondo una relación de tipo especular, la raza humana en la figura de la mujer se regocija en su grandeza moral y en su sentido último a través de la valoración del espíritu que puede florecer potencialmente en cada humano a través del ejercicio del sentimiento y de la belleza (un poco lo que hizo El Quinto Elemento pero de una forma mucho más básica y menos verosímil), y el extraterrestre, que representa el alter ego del poder, la pulsión de muerte que puede de alguna forma avizorar su contraparte de vida a través de aquel espíritu.

Desde este punto de vista, la película funciona por supuesto como la perfecta alegoría política, ya no de la guerra fría, sino que de las potencias del mundo posmoderno. Sin embargo, definitivamente solo esboza un tratamiento superficial en la complejidad de las relaciones de alteridad entre los seres, por el simple hecho de la referencia histórica, que podemos ver ejemplificada paradigmáticamente en los Diarios de viaje de Cristóbal Colón. Cuando llega a tierras americanas (por lo demás bautizadas así por Américo Vespucio, otro signo del desconocimiento de la alteridad), Colón solo se ve impulsado en un principio por un contrato comercial, él es el navegante que busca Las Indias con un fin económico encomendado como misión política por parte de los Reyes Católicos. En sus diarios de viaje Colón sin embargo esboza el nuevo escenario como algo nunca antes visto, pero su desconocimiento aludía a su preconcepción sobre su efectiva llegada a Las Indias. Describía a los indios (americanos) como personas primitivas, haciendo referencia a los primeros hombres adánicos que esbozaba la leyenda del Paraíso Terrenal, correlato escondido de su viaje hacia ultramar. En ese caso Colón acaba por imprimir su propósito y su ideal hacia un mundo que desconoce completamente, él mismo siembra en esa "tierra virgen" lo que después sería llamado "América", la tierra de las oportunidades, a costa por supuesto de la pugna contra la alteridad de los nativos que a su vez veían en los conquistadores y viajeros españoles a sus dioses, y luego, con la invasión y saqueo, las señales de su propia escatología del mundo. En esa lucha universal no existe alteridad, solo hay un ciego choque de cosmovisiones. No hay dialéctica, porque no hay entendimiento. Por lo tanto, es un error entablar salidas de emergencia éticas o reivindicatorias desde ambos lados. Abel Posse, en su novela Los perros del paraíso, vuelve a leer esa dificultad desde la visión de una nueva novela histórica, que reinaugura las paradojas y ofrece una perspectiva carnavalesca de esos conflictos sociales en tierras americanas, y los reveses del viaje comercial establecido bajo una voluntad católica, que solo ve a Dios como una metáfora del poder de la Corona. Este mismo problema de alteridades, extrapolado en otro contexto histórico, pienso que es lo más gravitante en la verosimilitud de la película, y que la ficción atiende más desde ese mensaje providencial antes señalado. Klaatu podría haber sido algo así como un Colón (guardando las proporciones), sin embargo, no venía a concretar ningún plan de negocios encomendado por sus líderes religiosos, quiere finalmente entablar la posibilidad remota de un "paraíso", y de un reencantamiento del mundo, cuestión en la que se parece al Colón de Los perros del paraíso, solo que en este último su dilema providencial no es sino el vértigo de la locura del hombre que se somete a lo desconocido, la mitificación del sentimiento allí entra solo como la pérdida de la inocencia ante el pandemonio de los conflictos entre mundos. Los extraterrestres después de todo parecían conocer demasiado bien las consecuencias nefastas del ser humano en el medioambiente espacial, pero en el fondo solo habían obviado ese lado espiritual, el mensaje Hollywood inspirado en una visión New Age, de moralidad grandilocuente como salida de emergencia a la sordera política de la guerra fría, de acuerdo a la versión original, y por extensión, del conflicto con la alteridad que todavía pone en jaque las instituciones humanas.

Según los extraterrestres, el problema con la humanidad, más que un problema ético, sentimental o ecológico (como Hollywood quiere que creamos) es un problema cósmico: no entienden su lugar en el universo. ¿Por qué no se profundiza en ese miedo primordial que Lovecraft ya había esbozado tan genialmente, esa certeza de saber que podemos simplemente vernos avasallados por una inteligencia superior, sin esperanza de comunicación? porque los hombres abrigan en el corazón una ingenua pero insistente capacidad de humanizar el mundo, no como humanismo, sino como energía, llámese providencial o existencial, pero más que eso, poética.... que para mí es clave en una de las escenas más significativas de la película: cuando Klaatu escucha la música de Bach, pienso que es ahí en realidad cuando el extraterrestre le quiere dar una segunda oportunidad a los humanos, solo por esa música, por esa belleza inútil, libre de categorías, que aparece de forma excepcional entre los avatares humanos... el real conflicto de la película no es tanto el del sentimiento del amor como práctica política que legitima la existencia de los hombres, como la dialéctica infinita entre ciencia y arte... el extraterrestre demuestra que la inteligencia puede más, la ciencia que el humano había usado para volver la tierra un pandemonio técnico, tiene su sombra en la existencia de la belleza, porque ve en la mujer la solución auténtica al conflicto de la inteligencia y en la música de Bach el portal hacia el reencuentro con la totalidad...el extraterrestre es un renacentista, más humano que el humano que cree en la bondad de los hombres (este último, el auténtico invasor)