viernes, 29 de enero de 2016

En la soledad de la pieza, frente a frente al ordenador, con la ventana semiabierta, con un rayo de sol pegando sobre la pantalla, buscando el pdf sobre la Sociedad del Cansancio de Byung Chul Han, haciendo como que se hace algo, poniendo de fondo un playlist de hits noventeros. Suena "Everybody hurts" de REM. Ahora mismo, en el living del depa, otro inquilino con su ordenador en la mesa, escuchando algo, ordenando al parecer unos archivos. Cuantos y, sobre todo, cuantas en esa misma situación, quizá en otras búsquedas, y, con otra música, sonando de fondo.
Ahora en la mañana soñé una cuestión rarísima: Acompañaba a un compadre a comprar artículos de aseo para la casa, y justo afuera de la tienda, surge de repente de la nada un cuestionamiento respecto al pensamiento y la intelectualidad. El compadre decía: "Es raro ir a comprar estas cosas. Más aún, hacer aseo en la casa, solo". Le asentía que era cierto, era como si se estuviera en alguna clase de regimiento doméstico, pero era de esas cosas necesarias, supuestamente, como dicen, por higiene o nada más que por costumbre, para justificar tu presencia ahí adentro. Luego surgió un problema respecto al peso de las bolsas. Empecé a decirle, a propósito de ninguna cosa, que lo del intelectual como tal es una farsa, que cualquiera que use el intelecto en determinado caso, que cualquiera que, en definitiva, piense, puede ser un intelectual. Como por ejemplo, la bolsa que él sostenía sin efecto plantado frente a la tienda. Le dije qué pensaba sobre eso. El compadre dijo que efectivamente era una acción inútil, que era un gasto de energía innecesario sostenerla afuera sin todavía marcharse a ningún lado. Él abogaba por una razón práctica, mientras que uno hacía hincapié en lo absurdo de la situación. El absurdo de sostener una bolsa de aseo enfrente de la tienda esperando algo que no sabíamos qué era. Quizá la espera, dentro del sueño, era justamente ese cuestionamiento extraño sobre el hecho de sostener bolsas. El punto era que aquello servía de ejemplo para argumentar que cualquiera podía usar el intelecto, y no por ello formar parte de un grupo selecto de la sociedad. "¿No ves? Le dije, estás pensando. Piensas que lo que hiciste era innecesario y dejas de hacerlo. La bolsa era una prueba intelectual". Se pensó también en lo extraño de ir a comprar y hacer aseo, tratando de seguir algún orden mental, "¿No es eso un acto surrealista? Lo que pasa es que está normalizado. Se le ha pensado demasiado. Ya no tiene gracia, porque resulta redundante". Lo interesante seguía después: una vez que se volvía a entrar a la tienda, el sueño se acababa. Pero no se sabía para qué entrar en la tienda y no, como era lógico, salir de ella. Era porque el sueño invitaba, al parecer, a burlarse de la lógica. A burlarse, por lo tanto, de la categoría del intelectual como algo separado del resto. Los griegos, claro, ya habían pensado en eso hace rato. El hecho de pensar era una condición suficiente para ser filósofo, pero el filósofo estaba separado del ejercicio del trabajo considerado innoble y mundano. Estaban además los sofistas, muy parecidos a los sabios de contrabando, a los freelancer intelectuales. Sin embargo, el filósofo no era el intelectual de hoy. El intelectual entre comillas. El que alega derechos de autor. El que vende una mercancía. Entonces había que volver, para que el sueño tuviese sentido, al hecho de que cualquiera que piense puede a su manera volverse un intelectual en potencia, hiciese lo que hiciese, por burdo o indigno que fuese. No recuerdo qué autor, no sé si era Gramsci, dijo algo parecido, alegando que el intelecto se volvía algo demasiado burgués, separándolo abruptamente de la totalidad del mundo y de la experiencia. Como si pensar, en definitiva, fuese algo distinto del hecho de acarrear bolsas, o de hacer el aseo, o de levantarse exclusivamente a escribir en medio de la suciedad para prolongar el ocio y también el tiempo.