sábado, 30 de diciembre de 2017

Dean Reed, el Gringo Rojo




Ayer en el recién inagurado teatro Juan Bustos Ramírez de Quilpué, ex Velarde, fuimos con un amigo y Laura Yanez a ver el documental sobre Dean Reed, más conocido en su tiempo como El Gringo Rojo. Había escuchado su nombre antes, de parte de mis abuelos, pero nunca había siquiera intuido su relevancia, el hecho de que pasase de ser una especie de segundo Elvis a un cantante en la línea de Bob Dylan con toques de Victor Jara, en un período especialmente álgido para Chile y el mundo. Según el documental, Dean Reed, durante su paso por el país, ya se había declarado marxista, y había simpatizado con la causa social latinoamericana. De ahí lo de “rojo”. En una incluso había felicitado personalmente a Allende al ser electo presidente. Sus canciones habían sido exitosas del otro lado de la llamada Cortina de Hierro, como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la Alemania oriental, junto con los países latinoamericanos que vivían el proceso de la Revolución. No así en Estados Unidos, donde no tuvo éxito. Fue en parte por su fracaso musical que Dean Reed hizo posteriormente su carrera a lo largo de Latinoamérica y en todos los países de la órbita comunista, influido por su creciente politización. Así el Gringo Rojo iba dejando poco a poco ese pasado rocanrolero e iba abandonando a sus compañeros de la nueva ola para codearse con las personalidades de la izquierda. El documental destacaba uno de los momentos más polémicos de su carrera, aquel en que Dean, como un acto de apoyo al gobierno de Allende, lavó la bandera de Estados Unidos frente a la embajada de su propio país en Chile. Fue en ese momento, según el cineasta Miguel Ángel Vidaurre, que le invadió la idea de hacer algo sobre la figura del Gringo. Se había enterado del hecho en un taxi y sonando de fondo Our summer romance.

Años más tarde, después del golpe militar, el sueño del socialismo en Chile se vio truncado, así como el sueño revolucionario de la estrella del pop. Al Gringo rojo no le quedó otra que radicarse en el extranjero, en Berlín Oriental. Allí tuvo en mente la idea de realizar una película en homenaje a la figura de Victor Jara, según sus propios dichos, el único latinoamericano "rebelde del Rock & Roll". La película fue un desastre. Un simulacro en el que búlgaros hacían de chilenos, gritando consignas en alemán y el propio Reed hacía de Victor Jara pero con un estilo a lo Elvis. Un espectáculo decadente que había provocado la indignación de los más cercanos al cantautor. De hecho, para la propia viuda de Victor Jara, la película solo se trataba de “Dean Reed haciendo la revolución solo”. Luego de aquel rotundo fracaso, el Gringo volvía a Chile en los años ochenta para sumarse a la causa social. Alcanzó a tocar en dos lugares icónicos de la abolida Unidad Popular: el Pedagógico y el mineral El Teniente. Además alcanzó a cantar una versión e interpretación propia del himno "Venceremos”. Debido a esto, y a su constante espíritu de revuelta, el Gringo finalmente fue expulsado del país. Era el exilio definitivo. La última vez que Reed volvería a pisar Chile. 

Nuevamente radicado en el Berlín oriental, Reed seguía con su faceta de cantautor revolucionario, y con sus proyectos cinematográficos. Pero fue en el año 86 que todo tomó un vuelco trágico. Reed había sido encontrado muerto, con su cuerpo flotando en el lago Zeuthner See, al sur de Berlín. El caso quedó cerrado luego de un largo tiempo, clasificando la muerte del Gringo como simplemente “accidental”. Incluso se había barajado la tesis del suicidio, producto de una ruptura amorosa, versión que, sin embargo, para muchos, sigue sonando dudosa. Una muerte en extrañas circunstancias, como un ídolo del rock and roll, y a su vez, también, como un promotor de la revolución. El amigo, después de ver el documental, decía que la incertidumbre sobre su muerte se podría equiparar a la del club de los 27. Laura reafirmaba la idea de que tal vez Reed haya sido un agente encubierto de la CIA que luego, en un dejo de sensibilidad, acabó convirtiéndose a la causa socialista, motivo por el cual habría sido eliminado. El amigo decía que si bien eso sonaba a una teoría conspirativa, podría perfectamente haber sido una posibilidad, tal como el caso de Timothy Leary, de quien también se dice que pudo haber sido un agente secreto que reveló al mundo el potencial del LSD y, por ende, el potencial de la psicodelia. En suma, tenemos en Dean Reed, el Gringo Rojo, otro ícono caído de la contracultura, un ícono a ratos ingenuo, pero a ratos audaz, abrazando el concepto utópico de la igualdad y la justicia entre sus pasos rocambolescos.

Se sucedían tres escenas de forma paulatina en el sueño de anoche. En una tenía sexo con una conocida. Un sexo desenfrenado, hasta sofocante, sin palabras. Todo se dejaba expresar entre vaivenes y fluidos. La diversión era en una habitación de madera. Desde la ventana se desprendía un extraño gas de evaporación. La cuestión duró más o menos lo que duraba una película porno amateur, pero todo se sentía demasiado fugaz, incandescente, como el proceso de una estrella agónica. De repente, la mirada se vuelca hacia otra escena. Un pequeño agujero hacia el exterior dejaba entrever que se desataba una suerte de exilio o guerra civil. La calle tenía mucho parecido con el plan de Valparaíso. En específico, Rawson. Toda la gente iba hacia el mercado, huyendo de algo o viajando hacia alguna parte, abandonando el lugar. El cielo era nublado y la sensación era la de estar en los años ochenta. Mientras observaba al gentío huir o viajar, se oían ruidos dentro del agujero, ruidos de algunos agentes desconocidos que intentaban forzar la entrada. En eso la escena se difumina, junto con el pequeño espacio de voyerista, y se conforma otro ambiente, esta vez en la intemperie. Un páramo inclinado, que tenía la forma de algún cerro del interior. Solo unas pocas casas rústicas se dejaban ver a lo largo y ancho del terreno. De repente aparece un gentío bajando en caravana hacia el plan de la ciudad. La huida en sentido inverso era hacia la costa. La amenaza al parecer venía desde el cielo o el destino era hacia el fondo. Un sentimiento apocalíptico lo invadía todo. Siendo arrastrado por el gentío, llego casi hacia la última calle antes de la orilla, y se sucede otra escena. En ella continúo en la habitación, llena de inscripciones ilegibles en las paredes. Desde la puerta entreabierta se alcanzaba a ver lo que parecía una reunión, no recuerdo si de amigos o de visitas. Hablaban de algo seguramente importante, o tan solo de algo anodino para reforzar una camaradería oculta. Acudo hacia la reunión, temiendo que en ella me encontrase con alguien indeseable. Ahí estaba sentada al parecer la mujer del principio, sonriente, complaciente, y más al frente, junto con otros, una suerte de agente, debatiendo un discurso incomprensible, y con la pinta de algún militante o simplemente de algún agitador social. La invitación era abierta. El agente agarraba una silla vacía y la colocaba cerca del borde. En el momento que formo parte de la reunión, y la discusión se va agotando de manera abrupta, el sueño acaba.