miércoles, 5 de septiembre de 2018

Mi madre me había pedido buscar tres cuentos para imprimir: La intrusa de Borges, Extraordinaria historia de dos tuertos de Roberto Arlt y La noche de los feos de Benedetti. Eran para lectura escolar de mi hermana chica. A esos tres se sumó luego La gallina degollada de Horacio Quiroga. Mi hermana ya tenía Cuentos de amor, locura y muerte, pero había dicho que a su edición le complicaba sacarle fotocopias dado su formato diminuto. Cuando fuimos a imprimir los cuentos, mi madre se refirió a su contenido crudo. "Fuertes. Las cosas que les hacen leer", decía con algo de estupefacción, no sin cierta ironía, pero no por ella, sino que por el calibre de los textos. Sabía, como buena lectora, que su correcta comprensión podría provocar uno que otro escándalo o, en el peor de los casos, curiosidad: "No sé si te acuerdas de La intrusa. El de un par de hermanos que termina matando a la mujer con la que andaban". "Así es, se retrata toda la crudeza de las costumbres criollas". "O la gallina degollada, en la que unos hermanos enfermos terminan acabando con su propia hermana, abriéndole el cuello". "Sí, es el efecto del horror a lo Poe, envuelto bajo el manto de lo cotidiano". No dijo nada, en cambio, sobre Arlt ni Benedetti, quizá porque todavía no los leía. Mantienen el elemento de la conmiseración esta vez bajo la mirada del otro extraño, esperpéntica, en el caso de Arlt; ética y estética, en el caso de Benedetti, pero ya sin el enclave de horror de los cuentos que había mencionado mi madre como fuertes en su efecto para la lectura de mi hermana. "La idea es que den de qué hablar", agregaba ella al salir de la fotocopiadora con el taco de cuentos perfectamente delineados y corcheteados. "Si te fijas, tanto en Borges como en Quiroga se ilustra una evidente misoginia", acabó señalando. Le mencioné, a propósito, que no había caído en la cuenta sobre esa interpretación de los cuentos, alegando una lectura demasiado formal. Entonces me pasó rápidamente el taco de cuentos para así poder guardar el vuelto de las fotocopias en el bolsillo. "Cuidado, no te vayas a cortar los dedos con las hojas. Son filosas", se le alcanzó a decir, mientras seguía caminando calle arriba. Al hacerlo, apenas dio vuelta el rostro.