miércoles, 5 de agosto de 2015

Miranda, la Tempestad y Valparaíso bajo la lluvia





"¿Cómo es que eso
aún vive en tu mente? ¿Qué más ves
en el oscuro fondo y abismo del tiempo?"
Próspero a Miranda, La Tempestad


A propósito de la lluvia que asola Valparaíso, busqué la palabra Tempestad y fue inevitable rememorar la obra dramática de Shakespeare, aquella obra que otrora en un seminario de literatura de la universidad leímos bajo una perspectiva colonial e, inclusive, con cierto sesgo político. El universo de la isla abandonada a la inclemencia de un océano indeterminado, algo así como una metáfora de América y, si se quiere, de nuestra vida humana en la Tierra. Una de las primeras lecturas tenía relación con la aristocracia decadente de Próspero, el rey mago de la isla, escondido en una cueva buscando reivindicar el espíritu de la tradición luego de haber sido traicionado por su hermano. Una vez que el drama se comienza a gestar, entra en escena Calibán, la figura que representa al nativo en estado salvaje, frente a Ariel, el genio del rey que encarna todo lo ideal del hombre. A partir de esa aparente oposición se desarrollaba la pugna entre el estado salvaje natural que reclama su espacio contra el estado intelectual civilizado que venía de la mano de un poder extranjero. Según el autor Aníbal Ponce, se podía entender a Calibán y a Ariel como dos estadios del hombre latinoamericano: el primero, rebelde y más orientado a sus raíces, frente al segundo, civilizado y sometido a los designios del rey. A medida que crece el conflicto entre estos, la magia de Próspero el rey se hace notar. La tempestad vendría siendo la fuerza de la naturaleza que simboliza su poderío sobre las criaturas de la isla. La magia y la tradición allí van de la mano. El rey crea las condiciones para que su hija Miranda tome por hombre al príncipe Fernando. Contra el interés del rey mago, e incluso contra la voluntad de Calibán, Miranda representa la pureza que todavía sobrevive a los avatares de la razón y el instinto. El epílogo de la obra con el rey Próspero renunciando a la magia se relaciona a la vez con el fin de la Tempestad y el matrimonio entre Miranda y Fernando. Frente a esa escena final de clemencia por la traición y de renuncia a los privilegios del poder, este cuadro de Waterhouse sobre Miranda mirando al horizonte de un barco naufragando en el océano resulta una excepción. En esa mirada se condensa una virtud perdida, un cierto ánimo por volver a la época de la Tempestad, en la que los esclavos y los amos desenvolvían un drama digno de leyenda, contra la aparente calma del final, que supone una renuncia, la vuelta a una realidad exenta de peligro pero también de magia.

Valparaíso bajo la lluvia se condensa a ratos en esa mirada de Miranda, esa suerte de nostalgia por un orden anterior al actual, no precisamente uno repleto de libertad sino que uno en que aún sobrevivía cierta belleza clandestina, el puro ánimo de mirar hacia el horizonte y soñar con los límites de todo lo conocido, en las veredas con las que tropiezan los amantes de la noche, en los cerros donde habita la gente que debe bajar a la intemperie contra toda expectativa, ese momento en que todo promete cambiar, a pesar de que en la isla monstruos y aristócratas se traicionen a si mismos, ese momento sublime antes del desastre, es simplemente la magia de la lluvia que desafía todo pronóstico.