domingo, 29 de mayo de 2022

De madrugada fui a un cajero en el centro de Viña. Antes de meter la tarjeta, vi a un costado un rincón tapado con cartones y con una almohada sucia. Alguien de la calle, evidentemente, alojó allí y olvidó deshacer el lecho improvisado o, bien, lo dejó en las mismas condiciones para regresar cuando volviera a caer la noche. No me sorprendió tanto el que alguien haya convertido un cajero en su morada transitoria, como el hecho que, tras los cartones despedazados, había un libro. Fue tanto el impulso por querer revisarlo que me aventuré hacia aquel rincón desolado del cajero para echarle una ojeada. El sitio olía realmente mal, y parecía increíble que alguien se dignara siquiera a dejarse caer sobre esos cartones deshechos. Sin embargo, había un tesoro por recoger. Un tesoro directamente olvidado. Recogí el libro y era uno religioso, pero no se trataba de una biblia ni de un folleto de testigos de Jehová. Su diseño, según recuerdo, era como el de una revista y su título versaba “El Padre universal”. Al revisar sus páginas, estas contenían versículos, imágenes bíblicas, historias asociadas a la conversión. Seguí revisando hasta que di con una hoja de oficio doblada con un texto. Lo leí y era un poema de Gabriela Mistral, “Madrecita mía”, con tipografía de máquina de escribir. La fecha del documento databa del año 1991, según constaba al final del poema transcrito. Este hallazgo podría parecer anodino, en un principio, si no fuera por la antigüedad del documento, encontrado en ese preciso lugar y en esas condiciones. ¿Quién habrá sido quien guardaba el poema de la Mistral dentro de ese libro religioso? ¿Un misionero arruinado? ¿Un huérfano vagabundo, devoto y adepto a la poesía? ¿O simplemente una persona muy religiosa que terminó abandonada a su suerte y que decidió llevar entre sus pocas cosas un libro con aquel poema como cábala? Independientemente de su dueño, el libro sobre El Padre universal conteniendo entre sus páginas el poema Madrecita mía, era un símbolo que solo unos pocos profanos podían llegar a descubrir, en aquel cajero iniciático, para convertirse a la palabra iluminada, con tal de confirmar en su corazón el regreso o no del Mesías, el hijo perdido en la Tierra, arrojado al mundo, abandonado por Dios.

La única conspiración

La única conspiración posible

La única a prueba de hechos y certezas

Siempre fue la que urdiste

Tras la barricada de la infamia

Con palabras del todo vanas

Llenas de sofisma, dolor y veneno.
¿Qué pasaría si te dijera, querida, que nunca hubo solidez a la cual arrimarnos y siempre navegamos, evanescentes, hacia el naufragio, en el mar de la disolución, sobre todo, cuando las palabras amor, democracia y política perdieron sus contornos y su semántica originaria?

Michelle Bachelet, la madre terrible

“Michelle Bachelet sigue representando a la madre terrible, que es un arquetipo, según Carl Gustav Jung. Ella es una encarnación de aquello. El proceso de disolución y de descomposición social que se precipitó en sus gobiernos corresponde a la ausencia de forma, uno de los rasgos propios de ese arquetipo, tanto individual como colectivamente. Hoy dicho proceso de disolución está en su apoteosis. La reaparición de ella, en el último tiempo, apoyando la Nueva Constitución, sin más, no es casual, desde este punto de vista. Cabe precisar que se trata de un arquetipo del inconsciente colectivo chileno proyectado en ella, y no necesariamente de ella en términos personales”. Lucy Oporto
Murciélago y mono se disputan la hegemonía pandémica. ¿Metáfora de una revolución animal? ¿O fábula por un nuevo orden virológico?