Cuando los físicos cuánticos hablan del principio de indeterminación, bajo el cual no es posible determinar el estado de la materia en un punto fijo, en realidad están aludiendo, mediante un lenguaje positivo, a aquel devenir que los presocráticos ya habían postulado, en Tales con el símbolo del agua, y en Heráclito con el del fuego.
Heisenberg explicaba que los átomos no son cosas, son posibilidades de la conciencia. Es la deriva científica para concluir que nada se toca con nada, y que, en el fondo, las relaciones no son sino posibilidad, exceso de energía desfilando inexistente. ¿Cuánto de eterno hay en esa gran sinapsis de las emociones? En este punto, los científicos develan con un lenguaje prosaico unas cuantas verdades poéticas. De hecho, ya se ha postulado que existen células para cada emoción humana.
Todo está ya en el cuerpo, eso lo sabían los irracionalistas, dispuesto para la ficción y para el simulacro de las relaciones humanas. Por eso mismo hay energía, gratuita, doliente, ilimitada: o dejamos que haya espíritu, haciendo que nuestras experiencias tengan lugar en el mundo, o caemos en el nihilismo de los átomos que nos componen y que no se tocan jamás.
Nuestro amigo John Keats, el poeta cuántico, lo expresa con mayor vehemencia: "no retengas un átomo de un átomo o me muero, o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable, ¡Olvida, en la niebla de la aflicción inútil, los propósitos de la vida, el gusto de mi mente perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!"