lunes, 13 de abril de 2015



Muere Galeano, quizá uno de los últimos que pensaban sobre Latinoamérica en términos universales, o sobre el globo en términos latinoamericanos, si se puede concebir esa perspectiva, merced a su memoria. Recuerdo que para la tesis de licenciatura escribí que "América es un pandemonio", o sea, un espacio-tiempo histórico marcado por la violencia, el caos y la incertidumbre, cuestiones relacionados directamente con su indeterminación histórica y su complejidad ontológica. De esa postura derivaba un escepticismo respecto a los proyectos reivindicadores de una identidad única y de una pretendida autonomía con respecto a la cultura oficial, otra forma para hablar del tan célebre neo colonialismo, movimiento que me parecía más bien una moda intelectual universitaria que una efectiva camada de discursos contraculturales. Detestaba el academicismo de todo eso: conceptos como frontera, margen, tercer mundo, simulación, edulcorados y manoseados hasta el hartazgo bajo la óptica posmoderna; y por otro lado, el consiguiente proselitismo de una izquierda latinoamericana en Las venas abiertas de América Latina. Eran prácticamente dos posturas extremas que a simple vista derivaban en una visión un tanto maniquea. Sin embargo, Galeano me ayudó a comprender que ambas visiones son igualmente flancos de una lucha original. No es tanto buscar la naturaleza ni la misión (proyectos difusos) de una literatura que se sabía escrita desde estas latitudes, y asumiendo las raíces de estos lados, sino que asumir el absurdo de nuestra América (en palabras de Abel Posse de quien se hizo la tesis) como punto de partida para combatir el sentido de pureza, en términos no solo raciales sino que culturales. Tengo a mi lado un libro de Galeano, Espejos, escrito en el estilo que me parece más adecuado: el de un inventario de fragmentos, una breve enciclopedia de la historia del mundo, en la que América aparece solo como otro prisma de ese gran reflejo universal (no como una cosa aparte, como creerían los viejos conquistadores) que a ratos se cae a pedazos, pero que logra de vez en cuando una imagen de la totalidad, pixelada por la sangre o quizá sencillamente por el tiempo. Escribe Galeano:

"El siglo veinte, que nació anunciando paz y justicia, murió bañado en sangre y dejó un mundo mucho más injusto que el que había encontrado.

El siglo veintiuno, que también nació anunciando paz y justicia, está siguiendo los pasos del siglo anterior.

Allá en mi infancia, yo estaba convencido de que a la luna iba a parar todo lo que en la tierra se perdía.

Sin embargo, los astronautas no han encontrado sueños peligrosos, ni promesas traicionadas, ni esperanzas rotas.

Si no están en la luna ¿Dónde están?

¿Será que en la tierra no se perdieron?

¿Será que en la tierra se escondieron?"