martes, 28 de marzo de 2023

Pronto veremos IAs poetas, asépticas, recitando sin ningún grado de alcohol en el cuerpo ni bohemia alucinada… solo la poesía, devenida palabra algorítmica.

Pura cuestión de azar y combinatoria

Se extrañarán las lecturas, los galones de chela, la camaradería, los cahuines, los excesos, pero bueno, el futuro, se supone, será transhumano.

El temblor, la herida, el placer, la enfermedad, en suma, Eros, a tomar por culo.

Adiós, Eros, adiós, Tánatos, pulsión de vida y pulsión de muerte, en suma, adiós humanidad.
En taller de literatura de Cuarto Medio, les propuse a los chicos que hicieran un blog donde fueran subiendo entradas con los trabajos. “¿Qué es un blog?”, preguntó uno de ellos. Le expliqué que era una página a la cual podían ingresar por Gmail y que servía para publicar lo que ellos quisieran, desde textos, pasando por imágenes, hasta videos. “¿Cómo Facebook?”, preguntó una alumna. Le respondí que sí, pero más privado. Otras chicas también preguntaron si se podía comentar el blog de otra amiga, y les dije que, de hecho, sí podían, solo que sin el alcance de una red social. Y he aquí el punto.

Cuando yo estaba en Cuarto Medio (año 2006), aún no existía el boom de Facebook ni mucho menos Instagram. Lo más próximo a una red social era Fotolog, pero a mí nunca me llamó la atención ese desfile de fotografías sin otra referencia que su vanidad. Desde esa época siempre preferí el blog, en pleno auge de páginas webs con características prototípicas, como MySpace, tal vez por mi evidente predilección por la escritura como ejercicio solitario. Más que una red social pública, abierta a una enorme comunidad virtual, donde se interactúa a través de un perfil, el concepto del blog era el de un nicho digital con tendencia hacia lo propio. Es decir, el blog era, con todas sus letras “tu espacio”, un “cuarto propio”, parafraseando a Virginia Woolf. Por supuesto que existen conexiones e interacciones con otros blogs que le dan vida al mundo bloguero, como listas de lectura, sección de comentarios, enlaces y un apartado para seguidores, pero el concepto, la esencia, era la de una bitácora o diario personal. Era y sigue siendo lo más cercano a una página propia para un escritor que busca ensayar día a día su pluma, y es por eso que el blog (de hace 17 años) lo mantengo hasta el día de hoy.

Algunos cabros, al lograr hacer su propio blog, se sintieron raros. Era quizá la primera vez que se aventuraban a crear su página, demasiado acostumbrados a los perfiles inmediatistas, poco prácticos para la escritura de largo aliento. Sin embargo, a otros les sorprendió gratamente. Unas cabras quedaron fascinadas al percatarse de que podían comentar las entradas de las otras y seguirse, funciones asociadas directamente a la lógica de las nuevas dominantes: Facebook o Instagram. Solo una chica, la más silenciosa del taller, permaneció, durante toda la clase, serena, concentrada en la pantalla de edición de su primera entrada en blogger. “Estoy pensando qué escribir, profe”, me dijo, al acercarme para verificar su avance. Al notar lo que había escrito, decía solo una leyenda: “el romanticismo en el siglo XXI”. Era uno de los tantos temas que podía desarrollar en algunas de sus entradas y su sentido subyacente trascendía el objetivo de taller. Su sola leyenda traía reminiscencias de la escritura romántica decimonónica, aquella en que el escritor volcaba, sobre una hoja en blanco, su sentir y su visión personalísima mediante el ejercicio de la subjetividad. El fondo blanco del comando de edición del blog rimaba o hacía eco con aquella mítica hoja en blanco iluminada escasamente por una vela. Era esta una metáfora posible, allende generaciones, espacio-tiempos y tecnologías. El blog, bajo esta lectura, ha adquirido y sigue teniendo, a años de su máximo apogeo, un romanticismo clandestino a prueba de obsolescencias, una cuestión reservada a unos pocos aficionados a este oficio persistente.