martes, 20 de febrero de 2018

El amor es como dios: solo existe para quienes creen en él. A los incrédulos solo les queda situarse al límite de lo profano.

Unímides: Un sonido, un planeta, un destino

Un sonido. Un planeta. Un destino. Tres palabras que aisladas no tienen sentido pero que al escuchar el último disco de Lourdes Liss se confunden y se imbrican de tal manera que forman una sinergia, a la vez que una metáfora. Unímides, el planeta, el imaginario del cual proviene nuestra artista, y del cual confluyen sus intuiciones, le otorga un contexto, una dimensión a una serie de composiciones que inician al melómano en un recorrido de turbulencia, pasajes minimales y cadencias eléctricas.

Mi anécdota con Lourdes es particular. Comencé viendo su videoclip, Bajando, de madrugada. Imágenes con glitch, fotogramas y pinturas sobre negativo, que se superponían a un ritmo calmo pero inquietante, para luego dar lugar a una explosión sónica que evoca lo mejor de Sonic Youth de la época Goo. Fascinación fue poco. Y bajo esos distorsionados riff de guitarra, esa desmaterialización del rock, como dijese Simón Reynolds sobre el concepto del post rock, se puede apreciar finalmente un clímax que lejos de atar cabos lo que hace es sobrevolar el vértigo hacia una experimentación plástica, acústica. Porque el trabajo de Lourdes hay que entenderlo más allá de la música. Tanto su imaginario, su puesta en escena como su arte visual funcionan como un puro golpe estético que o puede volverte adicto a su osadía o encantarte con su sobrecogedora creación. 

En una entrevista ella misma había afirmado que el trabajo hecho con Bajando fue de los primeros. Sin embargo, en el disco Unímides este corte cierra el álbum con un broche único. Los temas que introducen y desarrollan el concepto van dibujando un mapa, un temerario y apasionado mapa a través de la geografía del planeta del cual Lourdes se siente una auténtica habitante. Además, cada melómano que escuche con atención y se sumerja en estos espacios sonoros puede a su vez sentirse parte o sencillamente perderse en sus inmediaciones sin esperanza de retorno. Por dónde es el tema que corona esta idea y esta iniciación. Pasé mis días aquí/Por donde quiero estar/quiero estar/quiero estar. Luego sigue la segunda canción, And, con un feeling más rockero, dando el arranque con un riff marcado que luego se diluye para servir de puente hacia CD, que Lourdes llama Cantos débiles. Aquí el ritmo adopta una atmósfera que sugiere una salida, digamos, un llamado hacia un exterior vasto, como se puede apreciar en el propio videoclip del tema. Lourdes se halla inmersa en un inmenso espacio verde. Después la oímos pronunciar de fondo aquí estoy con cantos débiles/sombras se caen vacías, mientras podemos ver su rostro en un juego de colores y de oscuridad, que da paso hacia otro exterior, pero esta vez citadino. Lourdes vuelve a la calle de noche para graficar la idea de la sombra y así acaba ingresando a una sala de baile, culminando en un interior destellante de energía, sensualidad y misterio. Ese final con ella rodeada de otros bailando bajo el mantra de los cantos débiles, podría calzar a la perfección con alguna escena musical de Twin peaks, o alguna otra escena de espíritu oculto a la vez que surrealista.


El siguiente corte, Me quedo, refuerza la perspectiva del espacio y del recorrer. El mapa se va trazando junto con el viaje. Me quedo/pero sigo andando. Los ecos de su dulce voz van sumando capas al ambiente, combinando con un ritmo sincronizado que da pie para un toque de sintetizadores a modo de remate. En ese breve silencio, (porque en Lourdes el silencio tiene un terreno insospechado) se genera la conexión necesaria para el arranque de Quiero más, tal vez su tema más oreja, aquel tema que la propia Lourdes ha llamado en más de una ocasión “alma de single”. Y le hace justicia, con un riff de guitarra sencillo pero enérgico, sin sonar demasiado estridente como para opacar al resto de las sonoridades. Entonces nuestra artista comienza a cantar para posteriormente arremeter con un notorio y significativo ¡Quiero más!. Al escuchar esa parte uno puede distinguir casi como en una ilusión sinestésica o producto de la euforia que ella canta a viva voz ¡Poesía! para así sumarla al estribillo de la canción, formando un versátil juego de palabras que rima con el espíritu de la melodía. De ese modo, en un contraste de altos y bajos, uno se ve impelido a exclamar ¡quiero más! hasta el infinito, para efectivamente querer más de ese riff y de ese canto a contrapelo. Pero el deseo debe seguir su recorrido obligado, y no encausarse en su propio abismo, por lo que Lourdes te guía hacia la próxima estadía de su mapa y de su planeta. Risas santas. Un tema que podría considerarse como minimal en el sentido de que sigue un mismo hilo conductor a través de las notas iniciales. Pero los matices son los que hacen más intensa la experiencia como pasos y como desvíos a través de un sendero visible. Ella canta, en una pasaje, quien quiera estar/quien quiera estar, de tal modo que todo aquel iniciado es invitado a seguir la ruta sonora. Aunque como la propia Lourdes se pregunta con suma emoción Quién inventó toda la soledad. En el fondo, nos habla de la ausencia y de la necesidad de reconocer ese vacío como un catalizador, o tan solo como una inspiración, una excusa para seguir adelante. 

Y así el disco continúa con el corte Tu mal, el cual apuesta por un mayor uso del aparato sintetizador, y nos conduce a una experimentación con una lírica profunda. El siguiente tema, Saltan, el último antes del ya clásico Bajando, es de hecho uno de los que guarda relación con la tónica del riff memorable envuelto en toques electrónicos y voces etéreas, y permanece fiel a esa línea hasta el final. Lourdes luce decidida a cantar con el sentimiento que la caracteriza, y su estilo a este punto va creando una onda que transgrede el precepto de la belleza unida a la simple armonía predecible. Aquí la belleza ha demostrado también producir saturación, ruido, enigma, como lo suele evidenciar Bajando, con su arrollador despliegue de potencia que culmina con todo la travesía. La belleza será convulsiva o no será, nos parece susurrar al oído a modo de confesión. La disonancia tiene un sitio especial reservado para lo sublime.

Aquellos que emparentan a Lourdes con el shoegazing de los noventa no están del todo equivocados. Se escucha a ratos en Unímides reminiscencias de Slowdive y de Lush, y no es menos cierto que ella acoge la postura de la frontwoman que caracterizaba a dichas bandas. Pero sería injusto limitar su propuesta únicamente al shoegaze y al noise. Para ser sincero, no había escuchado algo parecido desde Sien, aquellos exponentes chilenos del sonido dream pop de principios de los noventa, solo que Lourdes Liss, estandarte del nuevo siglo, abraza con mucha más decisión la impronta subversiva y vanguardista de una Kim Gordon o, por qué no, de una PJ Harvey. Confieso en este momento estar cautivado, cautivado por el concepto espacial y hasta cierto punto cósmico de Unímides. Y envuelto en los velos de maya de Lourdes, entre sus texturas, su imagen, su actitud. Y es que se trata justamente de emprender una aventura y naufragar o si no volver sin remedio a la zona de confort, esperando por la próxima musa de la electricidad. Aún me acuerdo de las palabras que alcanzamos a tranzar antes de aquel concierto en El internado. Ella decía sentirse nada más que una médium de la música que su propio mundo interior le comunicaba. Ese mundo, Unímides, sería el lugar de la creación a la vez que el de la inspiración. Todos aquellos que nos sabíamos inspirados por Lourdes podemos decir que de alguna u otra forma también habitamos su imaginario. Somos parte de su sueño. Y ella es parte del nuestro. Nuestra nueva princesa del underground local.