sábado, 6 de abril de 2019

Envié el martes el programa del curso al compadre de la fotocopiadora, en el Instituto, con el fin de que cada alumna tuviese su copia física. Al día siguiente, me llegó un correo de respuesta de parte del compadre de la fotocopiadora, señalando que no podría imprimir los programas, ya que por disposición del Instituto no es posible imprimir el tipo de documento que le mandé. Cuando llegué a clases, el día jueves, la directora pidió hablar conmigo un momento, afirmando que el programa del curso no podía ser impreso por "motivos intelectuales". "El programa del curso es un documento protegido por derechos de autor", aseveró. "¿Cómo era eso posible?" dije entre mí, "¿Un programa del curso con derechos de autor? ¿Al mismo nivel que una novela o que un poema?". (Eso, suponiendo que el programa del curso para una cátedra de un instituto técnico tuviese el mismo calibre creativo que una novela o que un poema). La directora sostuvo que el acto de mandar a imprimir una copia de aquel programa era equivalente a realizar una copia pirata de un libro, porque este era diseñado por parte de un grupo de profesionales en nombre de la Institución. "Si hubiese realizado usted el programa, por ejemplo, ese documento sería suyo, y sería intransferible", dijo, creyendo que así, aludiendo al carácter falsario de la propiedad, me convencería sobre la imposibilidad de realizar copias materiales. "El programa del curso es suyo", se repitió en mi cabeza esa frase. Con suma incredulidad, le dije que no estaba de acuerdo, que el programa debería quedar a disposición del propio grupo en cuestión, pero que si ese era el conducto regular lo iba a seguir de todas formas. La directora notó el compromiso a regañadientes y, con una copia de otros documentos comerciales en mano (estos sí eran susceptibles de reproducción), volvió a la oficina.