domingo, 20 de enero de 2019

Suspiria 2018


Lo primero que se piensa antes de ver Suspiria 2018 es por qué, por qué el remake de un clásico del terror europeo como lo es Suspiria de Darío Argento. Y es que resulta en un principio inconcebible el solo hecho de plantearse una adaptación contemporánea del original, aquella joya tétrica que deslumbraba por sus escenas de vívida violencia, su tratamiento de lo sobrenatural, su trasfondo claustrofóbico, sus tonos y colores fuertes, unidos a un manejo de la tensión y el drama que volvían la experiencia una vorágine de emociones y sensaciones. La inquietud se responde de manera bien simple: la mirada de Luca Guadagnino no se propone copiar al pie de la letra la obra de Argento, a pesar de que las comparaciones, en este punto, resultan inevitables. El ejercicio de Guadagnino pasa más por una relectura cinematográfica que por una traducción fiel de las ideas del director italiano. Lo único que conserva Guadagnino en esta nueva Suspiria, y que constituyen, de alguna forma, las bases de su estructura, son la situación histórica (años 70, período de Guerra Fría) y el argumento de fondo, que vendría siendo prácticamente el mismo: una aprendiz de bailarina que ingresa a una academia de baile y que pronto se ve influida por el hechizo de las brujas que allí habitan. Sobre esta estructura, Guadagnino realiza una reconstrucción del Suspiria original, expandiendo su universo desde una visión muy particular. De este modo, la película del 2018 ya no se limita a los sucesos que ocurren dentro de la academia de baile, sino que va desarrollando sub tramas que sirven de contrapunto de la trama central. Tenemos por ejemplo, la sub trama política que funciona como el escenario que rodea los hechos y que contribuye a formar una contingencia y a su vez un ambiente general de opresión. Este se puede evidenciar en los ánimos exaltados de un Berlín dividido por muros y por los actos de terrorismo de la RAF (Red Army Faction). La vinculación entre esta sub trama y la trama central la hace el personaje de Patricia, quien escapó de la academia de baile para poder unirse a las filas revolucionarias del grupo Baader-Meinhof. Ella mantiene dialogo con otro personaje importante, el terapista Dr. Klemperer (interpretado, aunque no lo crean, por la mismísima Tilda Swinton), el cual interpreta los dichos de Patricia como simples maquinaciones e ilusiones de su mente. Será a partir del extravío de su paciente que el Dr Klemperer se dará cuenta (marcado por una culpa traumática derivada del Holocausto judío), que la desesperación aún envuelve su mundo y luego, al conocer la academia de baile, será testigo del misterio mismo que esconde el aquelarre. Este viaje de descubrimiento que emprende el Dr Klemperer podría ser considerado como una segunda sub trama que se relaciona directamente con el conflicto bélico en Berlín y con la desaparición de Patricia asociada todo el tiempo con los extraños sucesos ocurridos en la academia Markos. 

Desde luego que en la trama de la academia de baile se vienen a sumar y entrecruzar otros elementos que en la cinta de Argento estaban sobreentendidos o derechamente ausentes, como lo es la explicación sobre la existencia de las Tres Madres, basada originalmente en el libro de Thomas De Quincey, Suspiria de Profundis. Aquellas Tres madres serían la madre de las lágrimas, la madre de los suspiros y la madre de las tinieblas. Mater Lachrymarum, Mater Suspiriorum, Mater Tenebrarum, respectivamente. La segunda madre, la de los suspiros, sería la que despierta y posee el cuerpo de una de las bailarinas para poder reencarnarse. Aparte de esto, podemos también hacer un cruce entre la presencia maligna que encarna el aquelarre y los libros del estudio del Dr Klemperer, asociados a las sectas y al poder de lo inconsciente desde la lectura de Jung. Si bien en la nueva película el presupuesto de la violencia y lo sobrenatural (que tanto marcó la Suspiria de Argento) se desarrollan de manera muy distinta, no por eso pierde su capacidad transgresora. De hecho, esta funciona a un nuevo nivel, con el conflicto de poder entre las bailarinas, Madame Blanc y Helena Markos. A partir de este conflicto podemos apreciar el talento camaleónico de Tilda Swinton, haciendo el doble papel de Madame Blanc y Helena, y la capacidad dramática de Dakota Johnson, interpretando a la joven bailarina protagonista, Suzy Bannion, que despunta por sus dones y que pronto descubre el misterio del aquelarre y se confronta con las brujas para así, en una de las secuencias más bizarras y perturbadoras, asumir el papel de la “nueva madre” y desplegar una suerte de ritual de sangre, horror y muerte. Dentro de la academia de baile, los roces de poder entre las partes, las jerarquías cohesionadas por la brujería, las fisuras en la autoridad de las maestras y en la fuerza demoníaca de la Madre, conforman un micro universo que perfectamente podría ser el reflejo simbólico del exterior, aquella Alemania y, por extensión, aquella Europa dividida por fuerzas dogmáticas y contrarrevolucionarias, en pugna con sus propias disyuntivas circunstanciales y, en cierto modo, existenciales. Y, si fuésemos más lejos, en este juego de contrastes, el mismo contexto convulso de la Guerra Fría podría ser una proyección de aquel pandemonio con la fachada de academia de baile, desatando, como en una caja de pandora, aquellos males primigenios que aquejan a la historia del siglo XX en su totalidad. 

En la Suspiria de Guadagnino lo mágico entra en consonancia con una interpretación psicológica y también con una resonancia histórico política, de modo que a la juguera del terror no solo se viene a sumar el factor visceral sino que otros elementos más sofisticados, que bien pueden considerarse una pretensión superflua para los más puristas o una recreación que no hace sino profundizar y complejizar en los aspectos ya evocados por la Suspiria original. Así, el terror de la Suspiria 2018 se plantea arriesgado en su propuesta para alejarse del efectismo del remake nostálgico y otorgarle una nueva dimensión al imaginario Argento. La creación de Guadagnino se propuso tan audaz en su ambición por expandir un cosmos aparentemente tan perfecto, tan completo en sí mismo, que dio pie para que el Mal cobrara otra faz, acaso una que va más allá de sus convenciones asociadas al terror genérico. En esta el Mal pareciera que se realiza desde diversas aristas, se fractaliza, interpelando al propio espectador, obligándolo a volver sobre el abismo para indagar en el infierno del devenir humano. El Holocausto, su recuerdo traumático, la psicología del inconsciente, la magia negra, el poder de las sectas, la división de la guerra serían solo aspectos de aquel Mal soberano, que pueden ser evocados todo el tiempo a raíz del aquelarre y la conspiración de Helena Markos, con el trasfondo de la nueva madre Suspiria que reencarna, dejando lugar a la incertidumbre de la interpretación abierta. 

Lo que descoloca finalmente de esta nueva versión de Suspiria es eso: su falta de conclusión lógica, pese al sustento teórico del psicoanálisis y la faramalla mística esotérica. Nunca se sabe a ciencia cierta qué es lo que ocurrió realmente adentro de la academia de baile, pero, en cierto modo, se intuye desde lo irracional, desde lo más primitivo que, a decir de Lovecraft, sería el sentimiento del miedo frente a lo desconocido, todo aquello que rebasa las coordenadas del entendimiento para erigirse como algo fantástico, algo que amenaza nuestro esquema preconcebido de la realidad. El espectador podrá deducir todas aquellas variables que Guadagnino pone en la palestra pero, el efecto colateral que causan, una vez articuladas, solo lo puede sospesar en su fuero íntimo, con todo el asco y la perplejidad posibles. La Suspiria 2018, en suma, se aborda desde una aparente intelectualización, pero, a la larga, se digiere desde las tripas, desde las entrañas mismas. No hay, como quieren hacer ver algunos críticos, una incongruencia entre este exceso de capas y símbolos, y el sentimiento primario, básico, del terror más crudo. Porque todo conduce a la impresión de que están violando tu mente y jugando con tus creencias. Y a eso apunta el espíritu de lo fantástico. Todo lleva a que el espectador se abstraiga por un rato de sí mismo y consiga, en algún punto, un mínimo estado de delirio, ya que el delirio es una mentira que dice la verdad.