jueves, 8 de julio de 2021

Año Tres Mil (definitivo)

Hace unos días, el cuidador de autos me preguntó si acaso sabía cuántas letras debía contener un párrafo. Le respondí que eso dependía de la idea principal y su posterior desarrollo. El cuidador asintió levemente. Me explicó que tenía pensado escribir un texto. “¿Sobre qué?”, le pregunté. “Sobre el año 3000”, respondió él, con un gesto de convencimiento.

-¿Cómo así?-.

- Pues, verá, quiero escribir sobre ese año

-¿Algo así como ciencia ficción?

-No, algo real. Escribiré sobre cómo será el mundo en ese año

Inmediatamente, me di cuenta que el cuidador de autos tenía la ambición de un escritor cualquiera, solo que lo negaba, replicando que se trataría de una obra realista. A los días después, me pasó un avance de la obra que prometió escribir. Dice así:

Donde el ser humano nace para el espacio sideral, aprendiendo todo sobre la tierra y el ser humano, además de electrónica desde los 5 años, para que cuando tenga 10 ya tenga conocimiento para ser astronauta y así desarrollar el razonamiento y el bien convivir…

Al consultar algunos textos, di con el Harrison Bergeron de Kurt Vonnegut. Se trata de un rebelde soñador en el año 2081, contexto distópico en el que todas las personas son iguales por decreto político. Quién sabe. Tal vez, nuestro cuidador de autos sea una especie de Bergeron anónimo, sin siquiera saberlo, y el futuro que él asegura escribirá en su libro sea muy parecido al descrito por Vonnegut. O puede que sea un completo desastre, y haya que volver al pasado y reeditar la historia completa.

Le pasaré 3001 Odisea final de Arthur Clarke. Las fechas son demasiado coincidentes. Aquí hay, sin duda, un intertexto cósmico.
Primera sesión. Media hora pedagógica. No llegó nadie a la sala de clases, pero me comuniqué en línea con los alumnos en sus casas. En un momento, prendí la cámara instalada al data para saludarlos y comprobar la conexión que a ratos se cae. Solo contestaron algunos en el chat. El resto de la sesión, permanecieron imperturbables. Uno que otro, respondía, avisando que tal o cual compañero no podía conectarse porque está enfermo o derechamente porque está durmiendo. De pronto, la clase se redujo a unos cuantos perfiles con la cámara y el audio en off, y yo hablando solo como malo de la cabeza, en un monólogo sin fin retumbando contra los muros fríos de la sala. Esta es, colegas, la tele-educación del futuro.