domingo, 5 de abril de 2015

El polvo de los maestros

Todo lo que podamos decir de los antiguos es la lectura más o menos traducida a la luz de nuestros propios ojos, copia de un mecenas que a su vez tradujo a los traductores de la obra. Hablamos de la guerra de Troya a partir del tiempo mítico del poema homérico, cuya existencia se debate. Asimismo, sabemos lo de Cristo estrictamente a raíz del evangelio de sus discípulos. Se puede decir lo mismo de Lao Tsé, de Sócrates, de Buda, incluso de nuestros conquistadores. ¿Basta solamente con el saber? Incluso todavía más ¿Basta con que lo que hayan dicho, o lo que se lee sobre lo que supuestamente dijeron, sea la "verdad"? A ratos, la búsqueda del original se vuelve deshonesta. No se pretende leer esos archivos buscando resucitar la carne de lo que dicen. En esa misma labor de arqueología cavamos nuestra madriguera. Se puede quizá escarbar entre los textos para aspirar algo del polvo de la época. Pero la sabiduría tiene sangre póstuma. La luz de los maestros llega a nosotros en forma de sombra, el legado se incuba en las mentes de los feligreses tal como la tinta que desprendemos de nuestras fabulaciones secretas.