jueves, 7 de junio de 2018

En medio de un operativo anti drogas, muere un joven cabo de un tiro en la cabeza dado por una UZI. La UZI dicen que pudo haber sido robada, pero también que incluso algunos infiltrados de carabineros se la entregaron a los narcos. Por si fuera poco, durante el operativo policial, un artista callejero es atropellado por una patrulla en un sitio no habilitado. Reacción en cadena. La prensa publicita en primera plana la muerte del paco. Redes sociales alegan contra la casi nula información sobre el artista muerto. Dilema institucional. Crítica chomskyana de los medios. Evidentemente algo no anda bien. La institución enarbola a su mártir. La sociedad reivindica a un anónimo, contra aquella. Teoría del caos. Efecto mariposa país.
Ad portas de la mal llamada "vuelta de página", del abandono de los ventisiempre, para comenzar los treintasiempre, y hasta siempre y nunca jamás, en un rodeo incesante de años y derrotas, de celebraciones y defunciones, solo puedo sostener lo que ya había dicho Virginia Woolf en su Orlando: 

"Así, a los treinta años más o menos, este joven señor había experimentado todo cuanto la vida puede ofrecer, y la vanidad de ese todo. La ambición y el amor, los poetas y las mujeres eran igualmente vanos. La literatura era una farsa".
Había salido hace poco un comunicado respecto a la demora excesiva en la construcción de los estacionamientos subterráneos que iban a hacer en la Plaza O higgins. Se debía al ya impresionante hallazgo de restos de cerámica e incluso de cadáveres de la cultura diaguita (en realidad originarios de la cultura Aconcagua bajo el reinado inca) ocultos bajo tierra quizá hace cuantos siglos, motivo por el cual los susodichos estacionamientos tendrán que esperar hasta nuevo aviso, al menos hasta que el Consejo de Monumentos Nacionales dé el victo bueno para trasladar aquellos restos hacia el Museo de Historia Natural de Valparaíso. Ante eso, salieron algunos miembros del Consejo Regional Diaguita de la Región a protestar, aduciendo una completa profanación y cero respeto por el paradero de su antigua civilización. "Rogamos a la Pachamama que les permita seguir su viaje tranquilos. Lo que ocurrió fue algo no querido", habría dicho la vocera del Consejo, rechazando la decisión de disponer de tan valiosos restos para uso y abuso de los extranjeros, sometiendo el tesoro dormido a una vulgar vitrina exhibicionista. Son pocas las cosas que a estas alturas sorprenden en Valpo, pero el hallazgo de los restos diaguitas bajo la plaza O Higgins durante la construcción de estacionamientos subterráneos para las ratas del Congreso, resulta por lo bajo algo simbólico, no solo digno de análisis arqueológico sino que de ficción novelesca. ¿Qué habría salido de ahí si el hecho lo hubiese descrito Hugo Correa? ¿La resurrección cósmica de un pueblo perdido bajo los escombros del poder? O qué tal si el hecho fuese abordado por el kitsch terrorífico: zombies provenientes de la cultura diaguita invaden el corazón del Congreso y del puerto, en una vendetta ficticia entre indios, mestizos y huincas. El asunto por su grado de magnitud da hasta para especulación historica: ¿Qué pasaría si los propios restos de la civilización occidental, hija del desecho, fueran encontrados debajo de una hipotética plaza cercana a un hipotético congreso en alguna ciudad puerto del futuro? ¿Serían también estos sometidos a vitrina para regocijo de las generaciones posteriores? Estos restos de civilización muerta nos recuerdan que todo se acaba, que la nuestra también morirá irrevocablemente, y que el curso de la historia sigue su máquina podadora, a pesar de todo, en una espiral infinita; nos recuerdan que pronto aquello que se atesora hasta con los dientes y que se cree el cúlmine del progreso humano puede terminar hecho nada más que una figura de exhibición en el mostrario de algún museo allende el tiempo. Los sueños, las esperanzas, la memoria, vueltos fósiles de una ilusa pretensión llamada eternidad.