domingo, 4 de enero de 2015

El hombre trascendente o el humorista negro del universo

Viendo ayer junto a mi padre el documental sobre Ray Kurzweil, llamado el "hombre trascendente", pienso en el carácter mesiánico que muchas veces adoptan los científicos, una especie de soberbia en la pretendida búsqueda de objetividad. A pesar de su brillantez, se nos hizo más un evangélico de la tecnología que un intelectual del siglo XXI. Pareciese que su discurso y su obra estuviesen destinados a sublimar su ingente miedo a la muerte. En ese caso, sería indirectamente un amague cibernético al ser para la muerte heideggeriano, como si producto de eso escondiera los traumas que suscitó la muerte de su padre a quien consideraba casi un ídolo renacentista. Había en esa búsqueda de trascendencia un motivo terriblemente contingente, sus diatribas hablaban sobre el futuro en un tono tragicómico. El deseo de inmortalidad es tan viejo como el lenguaje mismo, pero desde la visión de Kurzweil se trata de quebrar ese límite con ayuda de las nuevas tecnologías. El asunto es que la inteligencia artificial no deja de ser una encrucijada, cuando se vuelva una panacea redentora y no un enclave creativo critico contra los límites materiales de la mente. La salvación adquiere ribetes posmodernos.

Puede que el dilema de incorporar la nanotecnología al devenir social sea el ya postulado por Huxley: se difumina el límite entre lo natural y lo artificial al punto en que lo humano se vuelve un paradigma arcaico. Asimov hablaba siempre de lo humano como piedra angular de la ciencia, los nuevos engendros tecnológicos, siempre funcionales, "inteligentes" pero al servicio de lo humano en su conjunto. Parece que Kurzweil en su locura científica busca difuminar el límite entre la vida y la conciencia. Con esto continúa el legado de la escisión racionalista. Actúa como un Descartes luego de haber leído el Kybalion y haber accedido al código genético. ¿Estará para el pastor de la ciencia Ray Kurzweil permitido pensar una humanidad completa en términos de una lógica, aunque imaginativa, demasiado especulativa? Un mundo hipotético dominado por nanobots que dentro del torrente sanguíneo rediseñen la biología, una carrera desesperada por la creación para rebelarse contra el creador, seríamos así unos modernos prometeos sin mediar la posibilidad del sacrificio. ¿Dónde piensa meter el señor Kurzweil la subjetividad en ese escenario? Resulta que para él supuestamente será necesario recurrir a la eugenesia para propiciar al genio de la especie o, mejor digamos, de la singularidad. La ética se vuelve un ente retrógrado al servicio de la nueva ciencia sin límites, mientras no intervengas en el plan maniqueo de la elite. 

Digamos por una parte que es posible superar a la materia por medio de una conciencia expandida, cuestión ya explorada por los psicodélicos en Timothy Leary desde una fórmula a mi modo de ver menos megalómana y más subjetiva; entonces ¿Para quienes estaría reservada esa trascendencia? ¿Acaso a toda la humanidad o a una casta que asuma servilmente sus teorías como ley, como si fuese el evangelio de la ciencia ficción? En el documental uno de los críticos de Ray sostenía que era más un poeta que un biólogo. Su mentada trascendencia –concepto místico-científico ya interpretado en la película de Psifter- parece más una sublimación de su inseguridad frente a la condición mortal del hombre y de toda cosa vivir. El propio Kurzweil en el filme sostenía que no hay nada digno en la muerte y que si la ciencia puede hacer algo para superar esa odiosa limitación él se declaraba optimista. ¿Qué dirá entonces el occidental Kurzweil respecto a culturas enteras que han forjado su historia en base a su relación con la muerte? Hablo quizá de los conceptos de honor griegos y del Jisatsu japonés, donde no importa la muerte sino el cómo la enfrentas, en la medida que le robas a la muerte unos secretos y lográs sujetarte al abismo se mediría el valor, pero aquí a nuestro maestro no le importa el valor de nada porque solo ve en la singularidad una salida cósmica a sus conflictos interiores. El crítico sostenía que no puedes luchar contra millones de años de evolución sin volverte el Quijote del nuevo siglo frente al molino de la virtualidad; y para coronar el despropósito, el proyecto de trascendencia de Kurzweil continúa siendo parte del aparato tecnocrático, tan ajeno al pensar como actividad gratuita, mundanal, pero por lo mismo libre de decidir, libre de redimir a los nuestros de los redentores. En el fondo, como decía mi padre, el señor Kurzweil es un Woody Allen de la tecnología, un humorista negro de la tecnología. Mi padre, por supuesto, con una sonrisa advierte que para su muerte no quiere extravagancias, solo que sus cenizas sean arrojadas al mar, quizá eso sea trascender o hacer una parodia del universo.