viernes, 5 de mayo de 2023

¿El fin de la pandemia?

Con la declaración de la OMS, viene la pregunta de rigor: ¿El fin de la emergencia por el covid implica el fin de pandemia? Inmediatamente, uno tiende a creer que esta declaración nos permitirá pensar en el fin de la pesadilla, en el volver a respirar sin culpa, en el volver a circular a la intemperie sin ese pánico galopante de hace tres años, sin ese miedo, sin esa amenaza invisible. Pero no. Nada es tan fácil. No pudo haber acabado tan rápido.

Las autoridades inmediatamente llamaron a no bajar la guardia, a no confiarse, porque el bicho, de todas maneras, seguía haciendo de las suyas, mutando, variando en otras incontables cabezas cual Hidra patógena, por lo cual tocaría concentrarse en las redundantes medidas sanitarias a las que ya nos vienen acostumbrando, a la inoculación programada de la mente y del cuerpo sobre la cual venimos ensayando.

A no confiarse es el llamado: en lo posible, desempolva tu bozal, porque el peligro continúa latente, inyéctate otra dosis, porque el bicho puede que aún recorra tu organismo cual huésped extraño y fronterizo. Nada ha terminado, el fin de la emergencia fue solo una señal, el principio de otra etapa. Aún nos podemos contagiar, aún nos podemos morir, el sistema ha demostrado su camaleónica capacidad de inmunidad, el tejido social ha mostrado su llaga infecta, su propensión a la hipnosis y a la hipocondría.

De todas formas, queda la sensación de que lo peor ya ha pasado, como placebo para poder recobrar algo de vida, pero también perdura la idea de que lo peor aún no se manifiesta en el horizonte, y solo hemos vivido una versión beta de una futura calamidad. El bicho sigue ahí, imperturbable en nuestra órbita, ya sea por ausencia o presencia, como una prueba de la máxima incertidumbre y del peor descalabro. Antimetafísico, inorgánico, no vivo, encierra su paradoja y contiene la sombra del mundo, la enfermedad de la historia que otros, libres e inmunes, leerán, con toda la salud del universo.
El periodista chino Fang Bin, quien se hizo conocido el año 2020 por mostrar algunas realidades no documentadas del virus, fue liberado el domingo pasado, luego de tres años de encarcelamiento. Siempre se opuso a la narrativa oficial impulsada por el orwelliano Estado comunista chino. Eso le valió el descrédito y la persecución penal. Fang Bin se había hecho de un nombre en las redes sociales al tratar de documentar las muertes en los hospitales de Wuhan, mucho antes de que el virus se propagara a nivel internacional y se encendiera la alarma sobre su emergencia pandémica.

Tras su salida de prisión, Fang Bin está lejos de librarse de la amenaza estatal del gobierno, ya que aún cumple una condena de libertad relativa vigilada por el Ministerio de Seguridad Pública. En efecto, si el periodista “vuelve a hacer ruido” lo meten preso de nuevo, quizá de manera indefinida, según contó su abogado. ¿Fue Fang Bin un mártir de la incomunicación covidiana o un chivo expiatorio para escarmentar al resto del globo, con respecto a los incontables relatos que aun hoy siguen siendo motivo de censura o de estigmatización?

Incluso después de una meteórica carrera de vacunación a nivel planetario, una considerable curva descendente en los contagios masivos y la propia declaración de la OMS sobre el fin de la emergencia, el tabú respecto a cosas como el verdadero origen del bicho, la manipulación geopolítica de la pandemia y los efectos adversos de la vacunación experimental, se mantiene más allá del tiempo y de las circunstancias. Quiere decir que iniciativas como las de Fang Bin continúan siendo testimonio, palabra viva, anticuerpo para el lenguaje del poder, porque, después de todo, siempre se trató de eso: del poder viralizado a su potencia. El bicho fue el paroxismo del control, la metástasis del sentido, el orden de lo informe.