jueves, 25 de noviembre de 2021

"No voto": El infierno de los "idiotas" o el nicho de los disidentes

Mucho se ha hablado sobre los no votantes, los “idiotas” de la vida pública que marcaron más de la mitad del padrón electoral durante la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Algo similar ocurrió durante la votación de los Constituyentes. Al parecer, una gran masa amorfa de personas todavía desiste de participar del sufragio, por numerosos motivos no del todo claros. Resulta un fenómeno que no se debe subestimar, puesto que esta gran masa puede ser un potencial voto para uno de los dos candidatos a disputarse en segunda vuelta, una masa crítica que se mantenga indiferente o, incluso, un grupo no menor de personas que opten decididamente por la abstención, de acuerdo a una postura política definida o una perspectiva hasta filosófica.

El caso de los votantes del PDG, el Partido de la Gente, con Franco Parisi como su candidato, es bastante particular. Luego del tercer lugar obtenido, Parisi llamó a decidir el próximo voto vía digital. Es evidente que muchos de ellos se decidirán por Kast; otros tantos, por Boric, pero gran parte de ellos han manifestado su rechazo a ambas opciones, inclinándose sí o sí por la abstención, el voto nulo o el voto en blanco. He aquí que el planteamiento del PDG se lleva hasta sus últimas consecuencias, al seguir la línea del “outsider”, porque de lo que se trata es de cuestionar las estructuras de poder que tanto izquierda como derecha han propiciado y mantenido durante todo este tiempo. La propuesta del PDG, al menos teóricamente, debería apuntar a desmarcarse de ese dualismo y, por tanto, desmarcarse de este duelo a muerte entre ambos polos del espectro.

Dicen que todo se trata de mantener a la gente polarizada entre izquierda y derecha, y esa sería la razón de ser, el ethos de la elite política. La polarización, en este sentido, beneficiaría a “los mismos” y cuando llega una persona nueva, ajena al duopolio, ellos ocuparían todos sus poderes fácticos para destruirla. Sería por esta razón básicamente que el Partido de la Gente, liderado por Parisi, se habría formado: para hacer la diferencia con respecto a la oligarquía conformada por los señores de un lado y del otro. Habrá que ver, eso sí, cuántos de los votantes de Parisi se mantendrán firmes y no se venderán a cambio de unas cuantas prebendas.

Al respecto, el performista Francisco Papas Fritas mencionó algo muy interesante sobre el fenómeno Parisi. Señaló que el escenario político que estamos viviendo, tan radicalizado, se debe, en parte, a la falta de autocrítica de ciertos sectores de la izquierda chilena que abogan por la anulación del adversario, llegando a ridiculizar al votante PDG que, sin embargo, logró llegar a las clases medias bajas carentes de simpatía por los partidos tradicionales. Este punto, sin duda, explica por qué el Partido de la Gente obtuvo tan alta aprobación en urnas, pese a todos los contratiempos del candidato Parisi. Hay aquí una fuerza que no se debe desconocer, un impulso, si se quiere, centrista, que logró direccionar y capitalizar aquel descontento social arrastrado desde el 18/10, más allá de las banderas levantadas por los partidos de izquierda más dura, los cuales cuentan con la ventaja de una trayectoria mucho más extendida en el tiempo y un poder político que perdura marcado a fuego en la psiquis colectiva.

Por otra parte, está el caso de algunos votantes de UPA, con Artés como su abanderado. Su renuencia al voto va por una dirección totalmente distinta al PDG. Si bien en lo relativo al “idiotismo” público del no voto, tienen un punto de encuentro, las motivaciones ideológicas son, incluso, opuestas.

Dentro del conglomerado UPA están aquellos que piensan que la vía institucional nunca fue el camino, y que disputarlo sería un craso error estratégico. Para ellos, eso sería avalar la oligarquía representada por la clase política y los grupos económicos. En esta bolsa de gatos cabría Boric y Kast, aunque acá UPA se define como “la verdadera izquierda”, aquella que no es cómplice del neoliberalismo, por lo tanto, no comulgaría ni con el “amarillismo del magallánico” ni con el “fascismo del oriundo de Paine”.

Al plantearse de esa forma frente al sufragio, el partido liderado por Artés apunta a dar la batalla en las calles y en los territorios, reuniendo dentro de su ideario a un nutrido grupo de “antifas”, anarcocomunistas o anarcosindicalistas, todos y cada uno de ellos articulados en torno a la idea de una auténtica Refundación de Chile que vaya más allá de la “Cocina institucional” del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. De este modo, algunos votantes UPA llaman a no seguir el juego de la política neoliberal y, en cambio, promueven la participación de la gente en instancias comunitarias, con tal de tomar sus propias decisiones, en lugar de delegarlas al “burgués de turno”.

Marcel Claude, muy crítico con este nuevo proceso, había dicho que esto mismo, un tiempo atrás, habría sido aplaudido por el propio candidato que hoy representaría a la izquierda: Gabriel Boric. Él, hace años atrás, durante las elecciones presidenciales del 2017, afirmó que Chile “debe sacarse de encima el chantaje del mal menor”, por lo que llamó a no votar ni por Piñera ni por Guillier. En este sentido, resulta paradójico que la misma fórmula política se repita, y lo tenga ahora a él en el lugar de Guillier. Hoy, gran parte del colectivo de Artés es ese Boric del 2017 que llamaba a no votar por el mal menor.

La gran diferencia que tiene UPA con PDG, entonces, se puede resumir en que muchos del partido UPA no votarán, porque eso implicaría avalar una batalla que no es la de la izquierda, digamos, real, y significaría validar el sistema neoliberal sostenido por la derecha oligárquica. En cambio, en PDG muchos tampoco votarán, sencillamente porque descreen tanto de la izquierda como de la derecha, al ser partícipes de un conflicto de intereses de cara a la galería, y de un clientelismo y un nepotismo tras bambalinas de la sociedad. En suma, entre ambos partidos hay visiones muy distintas de entender el mundo, sin embargo, todos confluyen en lo mismo: en su propia condición de “idiotas públicos” al abstenerse de votar en la que quizá sea una de las mayores encrucijadas de la política chilena de los últimos años.

Se avecinan tiempos de polarización radical. Dos fuerzas políticas colisionan. Votar por una implica derrotar a la otra por completo. Aquel que decide no votar, por convicción o por falta de esta, será tildado de amarillo, en el mejor de los casos, o de fascista o comunista, en el peor, según sea el color político del acusador. Algunos, en su ánimo militante y proselitista, ya han empezado a citar la Divina Comedia de Dante para condenar al infierno a aquellos que mantienen su “neutralidad en tiempos de crisis moral”. Apelan a tomar una decisión que decidirá –según ellos- el destino del país, como si eso ya no estuviese manipulado de antemano, por voluntades que nos rebasan y que instalan el circo y el fraude electoral precisamente para darnos la ilusión de la elección, porque uno, finalmente, tiene el derecho a votar pero no a elegir. Tal cual decía una tal Dra Camila Vergara, citada por un amigo en Facebook: "el pueblo solo es llamado al gesto democrático, pero no decide nada". Y este es el punto crucial. Nadie llama a no votar, porque eso redundaría, sin lugar a dudas, en el suicidio. Y nadie quiere suicidarse, habiendo tanto en juego. Nadie quiere restarse del resultado final, para ver cumplidas sus expectativas o bien para autosabotearlas con su consecuente decepción.

En diciembre, Chile se debatirá entre dos visiones de mundo, si se quiere, antagónicas. Esa es la realidad que nos quieren hacer creer. Elegir entre uno u otro como quien escoge entre la pastilla azul o roja. Decisión sobre la cual se carga con el peso de la consciencia y el peso de la noche de la historia, pero, al fin y al cabo, otros la seguirán escribiendo por nosotros, al menos que el cuestionamiento te lleve a la incertidumbre y puedas intuir otra posibilidad dentro del sistema. Tú decides. Nadie lo hará por ti. Vote o no vote, hágalo a consciencia.

El domingo el verdadero ganador fue el abstencionismo, los "idiotas" en su sentido griego: los que no participan del asunto público (en este caso, político) y esa gran incógnita puede definirlo todo, como puede que no.
“[…] Diógenes decía: “¿De qué sirve un hombre que ha pasado todo el tiempo filosofando sin inquietar a nadie?”. Adhiero a esta definición de la filosofía: inquietar, inquietar al fulano lleno de certezas, inquietar al clon que cree que piensa cuando se contenta con duplicar la panoplia de su tribu (tanto de izquierda como de derecha, incluyendo a los anarquistas), inquietar al charlatán que actúa como espejo de su tiempo y de su época, inquietar al lorito del momento que vocaliza las órdenes lanzadas por una sarta de cretinos formadores de opinión. En resumen, inquietar”. Michel Onfray. Filosofar como un perro.
Estamos tan radicalizados, querida, que cada uno ve en el otro la derrota de la razón y la profanación de lo sagrado.