lunes, 31 de agosto de 2015

El último beso


Una chica en la película "El último beso" dijo textualmente que el matrimonio se inventó cuando las parejas vivían máximo hasta los 30. El jovencito de la película buscaba refugio en ella por su espontaneidad y tentación. Le encontraba la razón más atemorizado que convencido sobre la idea de huir del compromiso con el amor de su vida. Ella le invita al funeral de la muerte de un amigo. Al no llegar, se da cuenta de la traición, de una pasión clandestina. Lectura bíblica del filme: el jovencito fue Judas en su miedo, en su deseo de sexo libre de responsabilidad. El último beso puede ser el que desperdicie o corone su suerte. La chica amante, la María Magdalena que solo llama a vivir su pasión, seduce pero huye al menor atisbo de problemas. Solo queda el jovencito con la cruz en su conciencia y su amor, la chica embarazada que ahora le desprecia pero en el fondo no puede perdonarle haber acabado con lo que fueron e iban a ser. Para él, en realidad, fue el futuro, su incertidumbre o, más bien, el compromiso, su verdadera cruz, cuando se supone que sea su salvación, siempre y cuando aquel amor no se agote en la pura promesa, porque incluso para eso hay que pagar un precio altísimo: poner en una balanza el tiempo y el orgullo por un fin que se cree absoluto. No importa, al fin y al cabo, la verdad ni cuánto dure esa promesa. La leyenda cuenta que el crucificado regresa a la vida luego de tres días de silencio y oscuridad. El matrimonio sería entonces el lapso en que se sacrifica la libertad por la promesa de un amor que jura volver y cambiarlo todo, la garantía de un paraíso para el que se hipoteca hasta la palabra empeñada, el triunfo moral del corazón después del luto, la vida y todo lo demás.